Epílogo para Ghaneantes

En Ghana las palabras fluían solas. Las historias se sucedían una tras otra. Los dedos querían ser más rápidos que la cabeza. Quizás porque allí cada minuto de electricidad cuenta. Un corte de luz te deja a oscuras durante un tiempo indeterminado. Una hora, dos o diez. Nunca lo sabes. O porque todo lo que te rodea es nuevo y quieres contar con pelos y señales lo que ves. O porque te sientes solo y no tienes muchas alternativas para pasar el rato. O porque te reencuentras contigo mismo cada vez que escribes y eso te ayuda a asimilar lo que vives.

Mi amiga Laura Pitson ha traducido al inglés -la interpretación que ha hecho de algunas expresiones castizas en la lengua de Shakespeare es realmente genial- para mis vecinos ghaneses los posts más relevantes de este blog que hoy termina. Y allí quedaron, como un regalo y una huella más de nuestra estancia, junto a las fotos que repartimos el último día entre los niños y niñas de Futuenya o, claro está, junto al resultado de los proyectos que nos llevaron a un lugar tan alejado de casa en la desembocadura del río Volta.

Despedida emotiva

El hospital Dangme East District cuenta ya con un fisioterapeuta local y con un nuevo voluntario internacional que estará al menos seis meses allí, Simon. El Dr. Philip le entregó a Elena un diploma que reconoce, con toda la ceremoniosidad africana, su esfuerzo y su labor durante este último año. Tuvimos una linda cena de despedida al más puro estilo ghanés; es decir, una cena en la que sólo comimos nosotros. El resto de invitados, la jefa de enfermeras, su hija, uno de los administradores y nuestro inseparable Albert habían venido cenados. Que nadie se alarme. Pidieron un take away con la comida para luego y, en un alarde de cortesía europea, un plato para compartir entre todos mientras nosotros devoramos nuestra última tilapia.

Radio Ada continúa sus emisiones con las novedades de un ordenador, Internet y una estructura profesional para sus informativos, así como un acuerdo verbal para recibir estudiantes españoles en prácticas de la Universidad Complutense en los próximos meses. Yo también me traigo un título debajo del brazo, el del extranjero que más tiempo ha pasado en la emisora. Un orgullo, oigan. “Angelo es más que un hermano para nosotros”, soltó el capullo de Daniel cuando me dijeron adiós y me emocioné.

El mismo día que regresamos a Madrid, el 28 de agosto, arrancó el curso en la escuela comunitaria internacional de Anyakpor, la que hemos construido con el apoyo de ustedes y de tantas personas locales.

Un profesor de la universidad regional y el responsable de los servicios sociales de Ada Foah acudieron a nuestra despedida de la comunidad y a oficializar, junto al Pastor James, David Ahadzie y tantos otros amigos, la puesta de largo de la escuelita.

El chamizo que visitamos en noviembre de 2011 se ha transformado, unos cuantos meses después, en tres clases con capacidad para más de 100 alumnos -empezamos con 97 pero este año se han apuntado 105- repartidos en al menos cinco niveles -las aulas se pueden desdoblar-, bancos y mesas estándares, libros adaptados a las exigencias del gobierno, material escolar digno y hasta una cocina-almacén para que el alumnado almuerce y los cuatro profesores guarden los enseres. En nuestro último día, celebramos la espagueti party” con padres, alumnos, autoridades y miembros de la comunidad.

 Contradicciones

Ghana es un buen lugar para tener una experiencia real de África. Es un país pacífico, estable, democrático y tiene ciertos atractivos, pero sobre todo destacan la amabilidad y capacidad de adaptación de sus gentes frente a unas condiciones hostiles. No es un lugar turístico con el que quedarse boquiabierto si uno busca los clichés habituales que se tienen sobre este continente. Los parques naturales son escasos y con pocos animales.

En Ghana hace un calor del carajo durante casi todo el año. En enero acontece el harmattan, un polvo subsahariano que impide la visibilidad. Y durante el verano europeo, las lluvias son torrenciales. Sin embargo, como el cambio climático también se siente por estas latitudes, el harmattan que tuvimos no fue más que una niebla terrosa que no nos afectó demasiado. Y las lluvias no fueron tan aparatosas como pensábamos. Aunque esto, como todo, depende de a quién le pregunten. Al norte, en Tamale, las mismas lluvias en el mismo período inundaron la ciudad y arrasaron numerosos hogares. Y en diversos puntos del país, incluida la capital, Acra, provocaron un brote de cólera que se cobró más de 60 vidas. 

Hoy escribo desde nuestra casa en Madrid, rodeado de lujos cotidianos: sofá, televisión, agua caliente, luz sin cortes y cuantas cosas puedan disponer la mayoría de ustedes. Miren a su alrededor y probablemente sabrán de lo que hablo. Pero sigo con la vista puesta en Ada. Algunos de estos lujos los añoraba en África, pero ahora no me parecen tan importantes.

Confieso que en las últimas semanas tenía ganas de regresar a España. Sentía que habíamos cumplido nuestra etapa allí y tenía la agradable sensación del deber cumplido. Los proyectos han terminado y tienen asegurada su continuidad. Y nos traemos de regalo una experiencia de vida irrepetible. No se puede pedir más.

Pero ahora, después de ver a la familia y a los amigos, entran en juego las dudas. ¿Ustedes se han parado a pensar en serio cómo vivimos?

El engaño del primer mundo

Desde nuestra ventana en Madrid, se intuyen las torres y edificios más altos de la Plaza de España. Desde nuestra ventana en Ada, se veía la realidad de Ghana. Al menos tres familias durmiendo bajo techos de hoja de palma. “Me duele mucho que os vayáis”, aseguró Daddy, el hombre de 60 años que tiene 13 hijos y que lleva toda la vida levantándose al alba con una preocupación prioritaria: alimentar a su prole. Le daba pena que nos fuéramos. Nos sentamos en un espacio intermedio entre su chabola y nuestra casa y le invitamos a una cerveza. Se la bebió de un trago, como siempre ocurre allí. Nos envolvió una enorme tristeza. Fue la última vez que nos vimos.

Hay un mundo más humano que late en las aldeas de África y es una suerte haberlo compartido. Hay además un entusiasmo vital que las personas te contagian a diario: con su sonrisa, su saludo o su forma de ser. Se palpa una alegría innata, una celebración de lo cotidiano, un agradecimiento simplemente por estar vivo, por disfrutar del sol, de caminar por la arena o de conversar con una persona conocida. En Ghana no hace falta hacer nada especial para sentirse contento y es prácticamente un deber transmitírselo a quienes te rodean. Además, en África uno percibe una convicción enorme en sus posibilidades, una sensación de que todo es posible y una energía impresionante para sacar fuerzas de flaqueza y hacer los proyectos realidad. Sí, en África, tus límites quedan cada vez más lejos y él afán de superación es constante y diario. Nunca había sentido algo parecido.

Por eso, no sé cuándo sobrevino el engaño. No sé cuándo dejamos en Europa que nos extirparan la humanidad. Supongo que fue cuando nos pusieron delante tantos objetos innecesarios que hemos convertido en soporte de nuestra felicidad.

Estamos de mudanza y eso siempre representa una buena oportunidad para ver cuántas cosas tenemos y cuántas no utilizamos. Es una rayada ver una televisión que parece una pantalla de cine, un sofá en el que caben dos personas tumbadas, tantas camisas ordenadas en el armario o tantos pares de zapatos, botas o sandalias, por citar sólo ejemplos vanos. Tenemos de todo y queremos más. El consumo se ha convertido en nuestra seña de identidad.

Hay una parte de la que somos responsables y toca asumirla. Nadie nos obliga estrictamente a tener tantas cosas. Y otra parte de culpa la tiene el entorno que nos rodea y al que nos cuesta enfrentarnos, ya sea por cobardía o por pereza.

Estamos a las puertas del otoño, en la vuelta al «cole», en la semana fantástica de unos Grandes Almacenes y dentro de muy poco en Navidad. Le tengo pánico a esa época del año. El ejemplo más claro y manifiesto de nuestra sociedad enferma. ¿Y entonces qué? ¿Nos acordaremos de cómo viven y cómo van a festejar esas fiestas tan entrañables, por ejemplo, Josaya, Forgive, Mesi, Do, Perpetua o tantos niños y niñas que han formado parte de nuestra vida en el último año?

Volver o no volver

Sí, me gustaría volver algún día a Ada para ver cómo están las cosas por allí y cómo siguen nuestros proyectos en la zona, y para saludar a los amigos, pero no querría volver a vivir allí, al menos de momento.

No contaba con encontrarme una influencia religiosa tan opresiva. En España, se presenta a menudo a los países musulmanes como lugares en los que las personas viven sometidas a una religión anclada en el pasado y restrictiva. Las mujeres llevan burkas por imposición y la religión les empequeñece reduciendo su condición a la de siervos y siervas, según la imagen que desprenden muchos medios de comunicación. Pero nadie habla de los lugares donde la religión cristiana -en el caso del sur de Ghana, en sus múltiples versiones: pentescosteses, metodistas, adventistas, evangelistas, baptistas, romanos…- condiciona de manera radical la vida de las personas.

Ada Foah, nuestro pueblo, es uno de ellos. Me ha dolido ver cerrada todo el año la biblioteca pública. Sólo circula un libro: la Biblia; y, si acaso, los comentarios que de ella escriben pastores, reverendos y otras autoridades religiosas, que reparten en fotocopias entre las pocas personas que saben leer.

 He visto muchas tardes cómo numerosos vecinos se reunían en una habitación a dar vueltas con los ojos cerrados gritando sus pecados en un ritual sin pies ni cabeza que duraba horas. He conocido cómo proliferan los campamentos para rezar a Jesucristo, donde las personas humildes llevan a sus hijos antes que al médico con la esperanza de que su Dios y no la medicina le salven de una diarrea o una neumonía, enfermedades que ahora mismo se curan gratuitamente en cualquier hospital de Ghana. He sabido que se practican exorcismos, que se confiscan algunos bienes de los fieles, que se promueve tener hijos en familias que no pueden mantenerlos y que se estigmatiza y amenaza desde los púlpitos a homosexuales y lesbianas.

Una influencia tan brutal de la religión me parece perniciosa para las personas, sobre todo para aquellas más pobres -el 80% en nuestro pueblo- que no tienen armas para defenderse. Internet, la televisión o cualquier forma de recibir información y abrirse al mundo -a excepción de Radio Ada– es inaccesible para la gente corriente. El aislamiento es casi total. Y por tanto, la manipulación que se ejerce sobre las personas es abrumadora.

Por otra parte, esa influencia cristiana también tiene efectos positivos, y quizás por ahí empieza su aceptación entre las personas locales. Puede que la alegría y el optimismo que comentaba unos párrafos más atrás tengan su origen en las creencias religiosas. No lo śe, pregunten a los antropólogos. Los hechos son que las personas en Ghana tienen perfectamente asumido que están en este mundo de paso, que no han venido aquí para estar tristes y que el día que mueran irán a otro lugar mucho mejor. Se aprecia con nitidez en cómo viven la vida… y la muerte. Allí morirse es una celebración que dura varios días y empeña a las familias como en la mejor de las bodas españolas. Una lección interesante.

Igualmente, es positivo ver cómo algunos pastores están verdaderamente involucrados en solucionar los problemas de sus comunidades, sobre todo aquellos relacionados con la educación. He trabajado codo con codo con uno de ellos durante meses -no hay otra manera de implicarse socialmente en un proyecto en Ada- y no tengo dudas de que el Pastor James es una persona volcada en su rebaño, que trabaja para él y que lo hace sin obtener otro beneficio que la Gracia de Dios.

Para mí, que creo en una sociedad laica a pesar de haber sido educado en la tradición cristiana, la vida diaria condicionada por la omnipresencia de la religión -afecta al ocio, a la cultura y a las relaciones humanas me resulta tremendamente aburrida. Además me despierta muchas reticencias la hipocresía que en muchos casos he observado. Como en todas las sociedades -la española era o es ejemplo de esto- donde se impone una religión, también hay resquicios para no seguir sus preceptos, aunque sea a hurtadillas o haciendo la vista gorda. Asuntos como el sexo fuera del matrimonio, el abuso del alcohol o las mentiras piadosas -deportes nacionales en Ghana– son ejemplos claros.

La alternativa a esa vida marcada por la influencia religiosa en los pueblos pequeños es la maravillosa burbuja en la que se refugian los expatriados y sus familias en los barrios residenciales de las ciudades, donde el lujo y los privilegios son constantes. Ustedes perdonen, pero tampoco me convence. No fuimos a África a vivir como ricos, a explotar los recursos naturales o a hacer negocios. Tampoco fuimos a convertirnos en nuevos yuppies de la cooperación. Fuimos a hacer un voluntariado internacional, a descubrir otra cultura y a crecer como personas. Y eso lo hemos conseguido, con mucho esfuerzo, pero lo hemos logrado. Por eso estamos satisfechos y agradecidos.

Con todo, a pesar de las contradicciones y de algunos malos ratos, mi pasión por África sigue viva, mi profundo respeto e interés por otras costumbres también -sobre todo por aquellas más tradicionales y que poco a poco se van perdiendo-; y mis ganas de regresar a este continente olvidado en busca de nuevas historias que contar, más preparado, están renovadas. Porque, África, aunque no queramos escucharlo en la Europa rica -por mucha crisis que haya-, llama con fuerza.

PD. Por cierto, ¿saben qué ocurre cuando cambias las comodidades de Madrid por las incertidumbres de vivir en Ghana? Que te adaptas. Tardas más o menos, pero te acabas adaptando y eres capaz de vivir -a veces feliz, a veces no tanto- de forma totalmente distinta a como lo habías hecho antes. Atrévanse a probarlo. No les dejará indiferentes.
Muchas gracias por acompañarnos en este camino. Voy a echarles de menos. Hasta siempre.


Casados y bien casados

Me casé en Ghana

durante la estación de lluvias

un día del cual

tengo ya el recuerdo

No sé por qué, pero parafrasear a César Vallejo se ha convertido en una curiosa costumbre en los momentos solemnes de mi vida. Así fue cuando presenté mi libro, Sin miedo a la derrota, en Madrid, con aguacero, hace ya casi siete años. Y así fue ahora, durante la estación de lluvias, en Ada, cuando  Elena y yo nos casamos en la escuelita de Anyakpor. Ya saben, ese sueño que hemos hecho realidad con el apoyo de ustedes.

Debo ser sincero. Nunca reconocí ninguna otra autoridad en materia de amor que la de un poeta. Ni jueces ni curas ni políticos ni notarios. Para un mí Te quiero es más importante que un Sí quiero.

Por eso me gusta más la palabra compañera que la palabra esposa y tantos otros matices que ustedes pueden imaginar. Empero, esto del amor, como tantas otras cosas importantes, es algo compartido. Y me siento muy feliz y satisfecho de que Elena y yo hayamos alcanzado un acuerdo sobre este asunto y hayamos sido capaces de celebrar un acto tan bonito y tan simbólico. Se me ensanchó el corazón cuando la vi aparecer por la puerta de la escuela de Anyakpor. Cientos de niños cantaban para recibirla a ritmo de tam-tam.

Era 13 de junio. Muy temprano. Amenazaba tormenta o cualquiera sabe. Aquí, tan pronto te mueres de calor como te calas hasta los huesos. A veces es cuestión de minutos. Junto a nosotros, Mamma Anna, hermana de Elena, en un triple papel como camarógrafa, testigo y madrina –dos días más tarde, en la embajada de España en Acra, tornaría su papel por el de Mamma Chicho-; y Rafa, el amigo al que presenté hace bastantes posts, fotógrafo, testigo y mi bestman.

El atrezzo

Aquel día, sostengo, amenazaba tormenta y a eso de las 9 de la mañana a Rafa y a mí nos mandaron, sin pudor ni disimulo, a Anyakpor para dejar el espacio libre. Así la novia y la madrina se acicalarían a gusto y sin prisas.

Días antes, con unas telas compradas en el mercado de Kasseh, habían encargado sendos trajes tradicionales. Mamma Anna, al más puro estilo africano. Lucía muy integrada en el entorno. Y Elena, con colores vivos, tocada con unas flores y una trenza, mezclaba sus raíces canarias con el exotismo de una princesa asiática. El padrino y yo vestíamos con sobriedad, con camisa blanca y azul celeste, respectivamente.

Llegamos a la escuela manchados de barro tras sortear, sobre dos ruedas, baches, charcos y demás accidentes del camino. Rafa me miraba sorprendido. “Igual deberíamos haber pillado un taxi”, creo que dijo. “Igual”, creo que respondí.

Pastor James nos esperaba en Anyakpor y había movilizado a toda la comunidad para nuestro enlace. Incluso se había traído a otro Pastor, Samuel –su mentor-, de la región del Volta. Enseguida percibí muchas caras nuevas entre las personas de medio metro que darían fe de lo que allí iba a pasar -la educación gratuita atrae a más menores sin recursos, pero no se preocupen, estamos ampliando.-

Las mujeres se afanaban en preparar el decorado con retales y globos de colores llamativos. Madame Elene y la esposa del Pastor se esmeraban en los fogones cocinando para los niños y la comunidad -por primera vez, muchas personas comerían carne-. Y Pastor Samuel aclaraba su voz y calentaba motores para la función. Este hombre es un auténtico animador. Poca gente entendió lo que dijo durante la celebración porque hablaba en un inglés acelerado y la traductora de dangme no podía seguirle la rueda. Pero qué saltos, qué alegría, qué desenfreno… Hasta yo le jaleaba. Más me parecía estar en un partido de fútbol animando a La Roja que en mi propia boda, pero así son las cosas aquí. Amen.

La música

Antes de empezar a cantar los goles, Pastor James me sugirió que deberíamos traer una machine, es decir, un equipo de sonido. Pues vale. Enseguida se movilizaron David, Christian y las fuerzas vivas de Anyakpor. La novia se retrasaba, según la costumbre, así que había tiempo.

Como si lo vieran. Al final llegó Elena, pero no así los bafles, la gasolina para el generador, la mesa de mezclas ni los técnicos de sonido. Así que le tocó esperar un par de horitas, escondida entre unos matorrales a cien metros de la escuela, no fuera a mostrarse al novio antes de tiempo y romper el encantamiento.

Suerte que por allí apareció Sonia, una voluntaria austriaca a quien presenté durante nuestro viaje hacia Burkina Chasco, y que se cruzó el país, desde Tamale –dos o tres días de viaje-, para darnos un beso y un abrazo. Se agradecen estos detalles. Ella ejerció como dama de honor.

Cuando decidimos empezar sin machine, de repente, todo se resolvió. La ley de Murphy también está vigente en África. Rugió entonces Anyakpor y surgieron las sonrisas de los niños. Los que estaban ya dormidos por la tardanza despertaron y se sumaron a la fiesta. Los primeros acordes de Azonto -que empiezo a comparar sospechosamente con la Macarena española -levantaron el ánimo a los presentes, unas 150 personas.

Los discursos

Después de la entrada de la novia, vinieron los cánticos y el follón. Elena se hizo acompañar de DoBarrabás– y Perpetua, nuestros preferidos, y comenzaron los discursos.

Mamma Anna aparcó la cámara de video para mirarnos con esos ojos grandes y alegres que tiene. Nos dijo muchas cosas lindas y sinceras. Empezó el moqueo constante que ya no nos abandonaría.

Rafa, rebautizado con posterioridad King Africa, sufrió un ataque de Parkinson y entre la emoción y el cariño nos dedicó unas palabras cargadas de sentimiento.

Luego fue el turno de Elena. Habló a corazón abierto, como suele hacerlo, y me gustó mucho escucharla, allí sentado, a su vera. No recuerdo qué dijo. Recuerdo su mirada. Y la felicidad compartida.

Y luego cogí el micro yo, breve, sin extenderme, aunque no lo crean. Para decir Te amo y quiero compartir la vida contigo no hacen falta muchas subordinadas. Para demostrarlo, tampoco.

Escuchaba los estómagos y la impaciencia de los niños a mi espalda. Eran más de las 13h y tenían hambre. Aunque hubiera dado igual la hora. Los niños africanos siempre tienen hambre. Así que nos entregamos unos collares que compramos unas semanas antes en Lomé y nos dimos por casados, con un beso suave y tierno. Dejaríamos la pasión para más adelante.

Y después, qué quieren, allí nos remangamos y empezamos a repartir platos de comida entre la concurrencia –arroz picante con tajadas de pollo-, coca colas, mirindas y bolsas de agua potable. Y comenzó una fiesta como no ha habido otra igual en Anyakpor. Todavía se recuerda. Y todavía me paran por la calle para decírmelo.

Suave es la noche

Cuando las chanclas no nos sujetaban, iniciamos la retirada. Llegamos a casa y nos dejamos envolver por la magia del día.

Aguardamos la noche dormitando. Y cuando llegó, al calor de una caldereta de pescado, vino de Rioja y ginebra de importación pasamos la velada más excitante de cuantas llevamos en África.

Jawey, nuestro amigo rasta, se arrancó con sus grandes éxitos y todos le dimos unos toques al tambor. Rafa se convirtió en DJ y con nostalgia rockera y ochentera fuimos robándole minutos a una noche que no quería morir.

Elena y yo flotábamos, acompañados de Ana -bailona y divertida-. Lo dimos todo. Tanto que hasta competimos con el sempiterno ruido de la Iglesia de Pentecostés. Por una vez, seríamos nosotros los que joderíamos el sueño a los vecinos. Allí se estaba liando parda.

El despertar no fue duro. Tenía a Elena al lado y eso ayuda a afrontar cada día. Soy un hombre afortunado.

La embajada

El 15 de junio firmamos los papeles oficiales en la Embajada de España en Acra. Juan Antonio, cónsul, ofició la ceremonia como autoridad correspondiente. Fue en el despacho de la embajadora, bajo el retrato de su Majestad el Rey Don Juan Carlos, como manda el protocolo, aunque yo no podía evitar imaginarme a su regia figura en Botswana, de cacería, mientras me miraba así tan serio desde la pared. También pensaba en su yerno, Urdangarín, pero eso, me temo, es otra historia…

Fue cosa de 10 minutos. Consentimos y salimos de allí con el libro de familia a cuestas. Sin embargo, nunca imaginé que conseguir un libro diera tanta guerra. Para llegar hasta aquí sufrimos un auténtico camino de obstáculos.

Hace unos meses, cuando tratamos de ganar la frontera de Burkina Faso, me puse digno y dije que nosotros no pagábamos sobornos. Poco después, con los pantalones por debajo de las rodillas, reconozco que he sido víctima de dos de ellos. Un golpe duro para mi orgullo.

La embajada de España en Acra exige una licencia especial de matrimonio expedida por las autoridades ghanesas para que el matrimonio consular entre dos ciudadanos españoles pueda celebrarse.

Conseguir esa licencia es prácticamente imposible. Elena penó un mes por las instituciones de AdaDistrict Assambly y Juzgados, pagando una tasa que no era tal sino dinero en efectivo para el funcionario de turno- y yo me subí al carro para las gestiones en Acra.

Después de sufrir abusos y humillaciones por parte de funcionarios locales que no tenían otra cosa mejor que hacer que reírse de nosotros, acudimos a nuestra embajada en busca de protección. Nos dieron la información con cuentagotas y con más pena que gloria fuimos avanzando. Había pasado un mes.

Nos dijeron que debíamos apoquinar 200 cedis por la dichosa licencia en el Registro de Acra. Mr. Okyere -tiene gracia el apellido- nos pidió 300 dólares en un primer momento. Tras regatear, se quedó en 200 cedis. Nos dieron un papel con un plazo determinado. Ese plazo no resultó apropiado para resolver los trámites legales de la administración española. Un funcionario de nuestra embajada nos confundió sobre este aspecto. Entonces hubo que volver y repetir el soborno o la extorsión, esta vez, sin ni siquiera pantalones y las lágrimas de impotencia asomando en las pupilas. Al final, uno asume que un corrupto es más útil que un incompetente. Con esos 400 cedis hubiéramos podido subir una línea más de ladrillos en la escuela de Anyakpor o alimentar un mes a los 97 niños y niñas que allí estudian. Pero no, así son las cosas aquí. Fueron a parar al bolsillo de alguien que no lo merecía.

El cónsul español nos pidió disculpas por teléfono y en persona por la actuación equivocada del personal a su cargo. Agradecimos esta muestra de humildad y templó, un poco, nuestros ánimos. Todo esto me pasaba por la cabeza mientras decía yo consiento.

Después, todo ocurrió muy rápido y sin apenas darnos cuenta estábamos ya a bordo de un tro-tro rumbo a Keta.

Ana y Rafa, después del esfuerzo del viaje, no podían marcharse de Ghana sin conocer a Mamma Rasta y llevarse en la mochila de vuelta un trozo de esta cultura africana tan diferente, sugerente y atractiva.

Con nuestros papeles a buen recaudo y siendo ya marido y mujer a ojos de la ley, salimos pitando. A ver quién nos echa el guante.


Los ladrillos de Anyakpor

Los ladrillos de la nueva escuela de Anyakpor, 1.580 en el momento de escribir estas líneas, los ha fabricado uno a uno Kofi, un albañil honesto y trabajador de Aflao, en la Región del Volta. Él es el más currito de este proyecto. Construir esta escuela ha sido una experiencia nueva. Apasionante. Desesperante. Otra vez apasionante. Y más tarde realmente satisfactoria.

Empezamos trabajando en esta comunidad en noviembre de 2011, ya lo saben, construyendo bancos y mesas para una escuela que parecía un centro de acogida precario. Nuestros alumnos –97 menores sin recursos, algunos huérfanos- se sentaban entonces en la arena. Más tarde -en marzo de 2012- llegó el material escolar. Hasta ese momento, hacían cuentas también sobre la arena.

El progreso

Después, estuvimos valorando presupuestos para traer agua potable a la escuela,  luz eléctrica y construir un baño que contribuyera a mejorar las condiciones higiénicas de los menores.

He contado otras veces que Anyakpor es una comunidad pobre entre las pobres. Aquí muchos niños y niñas no reciben educación, duermen en el suelo, no tienen las necesidades básicas cubiertas. Sus padres no pueden pagar las tasas ni los uniformes ni el material escolar para que sean aceptados en un colegio público. Algunos ni siquiera tienen padres. Viven acogidos en otras familias de la comunidad.

Desechamos las ideas anteriores tras tener varias reuniones con las autoridades locales. En diciembre habrá Elecciones y el Gobierno quiere electrificar antes la parte a oscuras del país -30% según las estadísticas, mucho más amplia en áreas rurales como esta-. Entre sus apuestas puede estar la comunidad de Anyakpor. Los políticos locales hacen lobby para ello. “Estamos cerca”, nos dijeron.

En otra comunidad, Futuenya, donde vivimos, tampoco había electricidad pero llegó hace dos meses. Fue a lo bruto, como se hacen muchas cosas aquí. Aparecieron unos trabajadores, blandieron sus hachas, se cargaron el árbol de mango de la entrada de casa, talaron cuantas palmeras encontraron alrededor y arrasaron con todo lo que pudieron. Trajeron la luz, sí, y ahora los vecinos que pueden pagarla –7 familias de 300- se alumbran con bombillas, pero el entorno está arrasado.

Quienes no pueden pagar las facturas, como los que viven más cerca de nuestra casa, siguen alumbrándose con hogueras y candiles. El progreso está a la puerta de sus chabolas. Pueden verlo, tocarlo, pero no disfrutarlo. También se han quedado sin los mangos del árbol y sin los cocos de las palmeras. ¿Para eso trajeron la luz? Pero esa es otra historia…

Iglesia, escuela o centro de acogida

La anterior escuela de Anyakpor no era tal, sino una iglesia con poco uso o un centro de acogida temporal. Sí, topamos con la Iglesia.Y un buen día decidieron utilizarla para el fin para el que fue construida: dar misas y tener encuentros religiosos, así como estudios bíblicos, catequesis y todo lo que quisieran. El edificio es suyo y hacen lo que quieren con él. No nos echaron a la calle. Venían cediendo el local desde 2008 y al ver a unos blancos –dólares con patas– entendieron que cada cual en su casa y Dios en la de todos.

Entonces decidimos ponernos manos a la obra para construir una nueva escuela que mejorara las condiciones de los niños y niñas. Llegamos a un acuerdo con los servicios sociales, los líderes comunitarios, el chief de Anyakpor -que se lleva 10 cedis por consulta- los padres y tutores de los alumnos, el Pastor que guía nuestro proyecto -sí, ya está dicho, sin la religión es imposible impulsar nada aquí- y todas las personas que consideramos influyentes.

Pedimos varios presupuestos y ninguno se parecía a otro. Tampoco había maestros constructores que nos dieran seguridad. Ser blanco en África abre muchas puertas, pero también eleva los costes y dispara la imaginación de las personas a las que entrevistas.

Para contrastar la información que habíamos recogido acudimos a Peter, delegado de la ONG holandesa Foundation for build -dedicada a la construcción de escuelas, baños y otros servicios en Ghana-. Nos dio las indicaciones básicas, tras terminar el queso manchego que quedaba en nuestra despensa y darle un viaje a un vino español que ocultábamos en el fondo de un armario. Fuimos para adelante. Con casi 4.000 euros se podía construir una escuela.

Campo de refugiados

Cuando nos mudamos de la Iglesia/centro de acogida, todavía no estaban puestos los cimientos de la nueva escuela de Anyakpor y los niños y niñas dieron clase en un improvisado campo de refugiados, montado para la ocasión. Un puñado de tablones, dos lonas y a correr. Al menos no estaban todo el día en la playa y se convertían en testigos privilegiados de cómo avanzaba su escuela.

En mitad de una extensión de tierra que el Pastor había adquirido con donaciones de amigos, el cepillo de la iglesia, aportaciones de la comunidad y una rebaja tras arduas negociaciones con el Chief y otras autoridades locales, instalamos esta escuela provisional y comenzamos las obras de la definitiva. También se iniciaron los trámites necesarios para el registro y legalización de la escuela. En un futuro próximo podrá contar con el apoyo del Gobierno local.

Los obreros

Decidimos contratar a una cuadrilla de tres albañiles y tres carpinteros, y contar con 16 voluntarios de la comunidad. Estarían liderados espiritualmente por el Pastor James y supervisados por nosotros.

Jon, el carpintero jefe, se encargó de acompañarnos a hacer las compras en Kasseh. Seleccionamos las maderas para la estructura y el techo, las de más calidad y las más resistentes. Compramos los pilares, las vigas, los clavos, las planchas de aluminio… una lista interminable, que discutimos durante días. Era viernes 11 de mayo y a última hora de la tarde todo el material estaba descargado en Anyakpor. El lunes comenzaríamos a trabajar.

Transcurrió el fin de semana y el lunes me acerqué a las obras. Sorpresa. Ningún carpintero se había presentado. Jon se había dado a la fuga. De hecho, permanece en paradero desconocido desde entonces. Tengo ganas de echármelo en cara.

Y el resto no había comparecido, salvo Kofi, el albañil formal que encabeza este texto. Los padres de los alumnos que debían colaborar en el trabajo comunitario andaban desperdigados. Justo en estas fechas, estación de lluvias incipiente, comienza la temporada de “farming” y los terratenientes contratan agricultores a cambio de comida y un pequeño jornal. Por contra, a la mayoría, nosotros les habíamos ofrecido sólo comida y  bebidas. En eso consiste el trabajo comunitario y voluntario. Era lo convenido, pero en Ghana lo convenido es papel mojado por muchas reuniones previas que hayas tenido.

Así que ahí estábamos. El Pastor con su Biblia, algunos fieles secundándole -sin trabajar, pero haciendo bulto- y el blanco poniéndose colorado de indignación. Cargamos 100 bolsas de cemento, un camión entero de grava y fuimos a buscar a otros trabajadores. Las mujeres colaboraron más que nadie. Sus cabezas soportaban a veces 50 kilos de peso.

Me sentía un reclutador militar. Casa por casa, le preguntaba a quien abría si tenía hijos en nuestro colegio. Si era así, me los llevaba de una oreja. Era un auténtico baefono. Un auténtico capataz. La cabeza volvía a darme mil vueltas. Por fin, a la hora de la comida, las doce del mediodía, reuní una cuadrilla y empezamos a trabajar.

Como en todas las obras, a pesar de la planificación, los presupuestos y todo lo que ustedes quieran, los materiales no fueron suficientes y los plazos no se cumplieron. En una semana, fundimos casi todo el fondo de compensación que había reservado -20% extra-, pero al final, estirando, reduciendo bebidas y transportes, economizando y solicitando nuevos apoyo llegamos a puerto.

Hubo que hacer dos viajes más a Kasseh, comprar más madera para la estructura, más planchas de aluminio para el techo, recuperar unos clavos olvidados en la ferretería y discutir con unos y otros, además de hacer frente a situaciones curiosas.

Ya saben que en Ghana, los funerales son una fiesta y todo el mundo que está invitado acude, sí o sí, tenga o no que trabajar. En nuestro caso, se celebraba un funeral por un familiar lejano de uno de los trabajadores. Era una persona muy querida y los festejos comenzaron en la comunidad un jueves y terminaron un lunes. Perdimos cuatro jornadas de trabajo -aquí los sábados son laborables- y no se podía hacer nada, salvo dar el pésame  y esperar.

Sueño hecho realidad

Por fin, el 6 de junio terminamos la primera fase. Hemos mejorado sensiblemente la situación que encontramos en noviembre. Tenemos un espacio suficiente para que 97 niños y niñas den clase con cierta normalidad y lo hemos hecho con la época de lluvias encima. Nuestra estructura les cobija ahora con seguridad. Cinco líneas de ladrillo a la vista en las paredes -más dos bajo tierra que sostienen la construcción-, un suelo de cemento, tejado de doble hoja de aluminio y pilares y vigas resistentes e integradas en el entorno. Los niños no han estudiado en un lugar así en su vida. Estamos satisfechos. Esperamos que ustedes también.

La educación en Ghana, como en toda África, es fundamental y precaria. El 35% de la población en este país es analfabeta. En esta región la estadística alcanza el 65%. Construir una escuela es dotar de una pequeña esperanza a la comunidad. No creo que ninguno de los 97 menores que tengo delante ahora llegue nunca a la universidad. Lo digo con pesar. Con mucho pesar. Pero también creo que estos 97 elementos sabrán leer y escribir cuando salgan de aquí, se expresarán correctamente en su lengua local y en inglés, el idioma oficial, conocerán las cuatro reglas de matemáticas para desenvolverse en el mercado y puede que tengan una oportunidad de mejorar sus vidas. Con eso nos basta.

Hemos pasado muchas noches sin dormir, nos hemos dejado la garganta, he estado a punto de practicar el canibalismo, incluso el magnicidio al querer atentar contra el Pastor y nos hemos sentido engañados y defraudados en algunos momentos por los líderes comunitarios, los obreros, los servicios sociales y los proveedores. Pero también hemos disfrutado mucho. Hemos sacado fuerzas de flaqueza, hemos encontrado gente maravillosa y desinteresada dispuesta a no dejar que nos rindiéramos y, lo más importante, hemos cumplido el objetivo de construir una escuela digna. Los fondos los han aportado ustedes, lectores, visitantes, amigos, familiares. Qué podemos decirles. Gracias por hacer este sueño realidad.

Las visitas de estos días, Ana y Rafa, han traído más fondos y hemos decidido, con el apoyo de las personas implicadas en el proyecto, ampliar una clase más, separar los ambientes y lograr más espacio y comodidad para los alumnos. Nos cuesta unos 1.500 euros al cambio. Y en eso estamos, otra vez reclutando obreros, comprando material y empantanados hasta las orejas. Pero felices. Gracias por el apoyo y la confianza, de verdad.


De funeral

Un funeral en España es una cosa muy seria, triste, íntima y familiar, huelga decirlo. Sin embargo, en Ghana es algo bien diferente. Es una fiesta pública, una celebración de la vida del difunto, un gran acontecimiento para reunirse familiares, amigos, vecinos, visitantes… Está invitado todo el que pase en ese momento por el lugar donde se celebra.

Suceden siempre en fin de semana para que todo el mundo pueda participar sin miedo a los excesos y para que lleguen a tiempo quienes se desplazan desde las regiones remotas. Esto explica parte de los atascos que se viven en el país los viernes por la tarde.

Personas subidas en camiones descubiertos, con bafles a todo trapo, empiezan a dar vueltas por las calles de la ciudad anunciando el inicio del responso. Motoristas con trapos colorados recorren los lugares por los que no pueden entrar los vehículos grandes. Carteles en todas las esquinas anuncian el evento. Nadie escapa a los ecos de un funeral.

Da igual cuando la persona fallezca. El cadáver se conserva en la morgue hasta el fin de semana… hasta que la familia reúne los fondos necesarios para organizar el acto y hasta que hay hueco libre en la iglesia de turno para oficiar los servicios religiosos correspondientes. No es fácil, no se crean.  Christian Kofi Ahadjie murió el 13 de enero, tras una larga enfermedad, a la edad de 80 años, y fue enterrado con todo los honores el sábado 3 de marzo en la localidad de Tefle, en el área de Sogakope, apenas a una hora de nuestra casa.

Los festejos de su última celebración se recordarán bastante tiempo. Arrancaron un jueves y se prolongaron hasta el martes siguiente. Christian era un hombre querido. Se trataba del padre de David Ahadjie, a quien ya he presentado en otras ocasiones, porque es el amigo que nos invitó a su boda y el responsable de turismo de Ada Foah.

Manutención

Los funerales mueven mucho dinero en Ghana, como toda fiesta que se precie. En primer lugar, la familia que lo organiza tiene que acomodar a todos los invitados. Y por supuesto, proporcionarles refrigerio, lo que incluye bebidas y comidas durante varios días. También, hay que pagar el transporte de los pastores que dirigen las distintas misas y dar alguna propina para las bandas de música. Por eso, en un sitio bien visible se sitúa la mesa o la urna para las donaciones. Esto significa que toda aquella persona que pase por el funeral debe dirigirse a ella para colaborar en los gastos.

A veces, se entrega un sobre para introducir una cantidad de dinero. Dependiendo del lujo del funeral y del capital del invitado, así se espera la contribución. Una vez que esta se ha efectuado, con el sobre marcado con el nombre y apellidos del donante, un speaker desvela por megafonía la identidad y la cantidad aportada. Si el resultado satisface a la audiencia, será correspondido con vítores y aplausos.

Afortunadamente, este era un funeral más discreto y el speaker sólo pronunció nuestros nombres para hacer evidente nuestra presencia. Como es habitual, saludamos a la concurrencia levantándonos de la silla y haciendo un leve giro de la mano, a la par que esbozando una ligera sonrisa, imitando el estilo de las autoridades locales en los actos oficiales.

Decoración

Uno de los costes importantes del funeral es la decoración del escenario, incluida la iglesia. Para ello, se utilizan globos, guirnaldas, flores de papel y banderitas de colores. Se parece a algunos cumpleaños infantiles en España. También es necesario colocar fotos de la persona difunta en todos los lugares imaginables. La foto debe hacerle justicia y representar un momento alegre de su vida. No lo olviden. Estamos aquí para festejar que la persona va a reunirse con Dios, no para llorar. No es extraño encontrar fotos de una persona fallecida con 75 años de cuando tenía 20 y tocaba el saxofón o de cuando jugaba al fútbol en el equipo del pueblo o de cuando se graduó en la escuela o de aquellos momentos, insisto, que se consideren relevantes en su vida. Christian aparecía representado con un sombrero de ganadero, en una de las imágenes que más le gustaba.

También se entrega un libreto profusamente ilustrado, con la biografía del difunto, oraciones dedicadas por la familia y el programa de actividades para los días que dure el funeral. Nadie puede dudar de que todo está bien organizado.

Otro coste añadido es el maquillaje y preparación del cadáver. Hay personas especializadas por todo el país y Ruth, nuestra mamá postiza, paciente de Elena y nuestra suministradora de pescado -también tiene un restaurante que sirve comida para todo tipo de reuniones-, se dedica a ello. Acicala con pericia, aplica colorete, polvos de talco y todos los productos que tiene a su disposición para dejar presentable al muerto. Realiza su trabajo con mimo artesanal. No en vano, su obra presidirá durante varios días los festejos. No vale cualquier cosa. Ella tiene un catálogo de muestras, como cualquier profesional del ramo.

El cadáver se viste con ropas adecuadas. Nadie debe irse al otro barrio con andrajos, sino con toda la dignidad posible. Varias tiendas se dedican a ello. El endeudamiento de las familias con los funerales es considerable, como pueden suponer, y aún deben sumarle los recuerdos del difunto para todos los invitados.

Gastos colaterales

En otro orden, es importante destacar el vestuario de los invitados. Si el muerto tiene menos de 70 años, acudirán de negro riguroso y la fiesta será menos alegre. Si el muerto ha superado esa edad, vestirán de rojo y blanco y se entregarán a la algarabía. Uno, que no estaba avisado de esta circunstancia, pensaba que una camisa y un pantalón negros bastarían para todas las celebraciones. Craso error. Elena volvió a usar el Ashanti Fashion Dress, multiusos, y volvió a acertar.

Los momentos estelares del acontecimiento se graban en vídeo y la familia también correrá con los gastos del correspondiente documental, así como con los servicios fotográficos. Todo se cuida al detalle.

Los funerales también son muy importantes para Radio Ada, donde saben que colaboro. De hecho, son la principal fuente de alimentación de la emisora. Se cobra por palabras, como las esquelas en los periódicos en España. La tarifa es baja, no se crean: 49 palabras por unos dos euros al cambio. Ya he contado en otras ocasiones que la radio aquí es el elemento fundamental de comunicación entre personas, familias y pueblos. Los periódicos apenas se leen, las televisiones brillan por su ausencia e Internet es un lujo al alcance de muy pocos. Así que a diario acuden personas a la emisora a poner sus esquelas radiadas. En función de los posibles de cada familia, el anuncio se repetirá una, dos, tres o las veces que se contraten.

La vaca

Asimismo, es fundamental el ataúd y esto supone el gran dispendio, entre 700 y 1.000 euros al cambio. En función de la profesión, aficiones o intereses del difunto la caja tendrá un diseño u otro. El barrio de Teshie de Acra está ocupado por artesanos fúnebres que tallan un coche, un elefante, una cafetera o cualquier objeto, animal o motivo que recuerde al fallecido. Elegirlo fue una de las últimas voluntades de Mr Christian. Esta tradición se inició en 1951 y es uno de los elementos distintivos de Ghana.

El padre de David se decantó por una vaca. Rosácea y muy lograda, la verdad sea dicha. Las personas invitadas estaban autorizadas a acercarse, tocarla, fotografiarse con ella y hacerla partícipe de la fiesta. Las flores y coronas -de plástico, aquí no crecen naturales. El calor las asesina- estaban alrededor.

En el momento del entierro, la vaca también es sepultaba. En este caso, se abrió un pequeño debate sobre si debían serrarle o no las patas, por aquello de la profundidad del hoyo. Al final, por respeto al difunto, no se mutiló el ataúd, sino que se hizo un esfuerzo en el cementerio y, bajo un calor asfixiante, superior al que hayamos sentido en cualquier momento desde nuestra llegada al país, Christian Ahadjie fue enterrado dentro de su vaca entera. Y todos tan contentos.

Por suerte, llevamos tiempo aquí. Si alguien nos hubiera invitado a un funeral a nuestra llegada, hubiéramos ido tres, cuatro o cinco días, estaríamos emocionados y nos daríamos con un canto en los dientes. Pero qué quieren, ahora llega el fin de semana y lo que Elena y yo queremos es irnos a la playa, tomarnos una cerveza y desconectar del día a día. Así de simples somos. Por eso la noticia del fallecimiento del padre de David la recibimos como un marrón. Nos causó pesar, por supuesto, es un buen chaval, una persona con la que siempre podemos contar y lo más parecido a un amigo que tenemos por aquí. Así que vaya por delante nuestro sincero pésame. Así se lo transmitimos. Pero después de las condolencias, vino el programa cultural. Y David, ansioso por transmitirnos todas sus tradiciones, no iba a dejarnos fuera de tan magno evento. Nos escaqueamos todo lo que pudimos y sólo acudimos unas horas el sábado, en los momentos solemnes.

En casa, hemos sufrido funerales eternos, oficiados en la Iglesia de Pentecostés que tanto me gusta citar en estos posts. Como digo, pueden empezar por la tarde un jueves o un viernes y terminar un domingo o un lunes al mediodía… sin interrupción. Lo que significa que están toda la noche dándole a la matraca. Vatios y vatios sin control con los grandes éxitos del momento. Está claro, los funerales son una fiesta y nosotros unos ignorantes por no unirnos a estas celebraciones de la eternidad. Al tercer día resucitó de entre los muertos, no lo olviden.

El funeral del padre de David resultó más entretenido que la boda. Fue más divertido, con más horas de música y con mucha más gente con ganas de pasarlo bien. Aprendimos una buena lección. ¿Por qué no despedirse de este mundo con alegría? Desde luego, allí nadie parecía afectado. No había lágrimas, sino muchas ganas de disfrutar y mucha confianza en que el muerto estaría mejor en la Gloria del Señor, lugar al que sin duda se dirigía. No me extraña que esperen al fin de semana para estas celebraciones y que constituyan una de las actividades sociales y de ocio más apreciadas por la población local. Merecen la pena.


Sorpresas en el noroeste

La mochila pesa más cuando la moral está baja. Y la nuestra se arrastraba como una lombriz. Divine, un oficial de inmigración de Ghana, natural de Ada, nos daba ánimos y nos proponía excursiones por los alrededores de la frontera como alternativa al chasco de no haber cruzado a Burkina Faso.

En las afueras de Paga hay una laguna donde unos cocodrilos devoran trozos de pollo para regocijo de los turistas. Malditas las ganas que teníamos de  ver cocodrilos e incluso de pasear sobre sus lomos. Le dimos las gracias y nos regresamos a Bolgatanga. Una buena ducha, una buena comida y una buena cama resucitan a cualquiera.

Tongo, Patrimonio de la Humanidad

En el camino de vuelta, descubrimos un cartel curioso: Tongo. Parecía una burla del destino, pero cogimos un tro-tro y nos acoplamos a una norteamericana, voluntaria de los Cuerpos de Paz, que trabaja en la zona.  Nos dio información sobre el  lugar y nos indicó dónde conseguir una moto para llegar al centro de visitantes de este pequeño pueblo. Allí coincidimos con un grupo de voluntarias austriacas y esperamos acontecimientos.

Se trataba de una aldea perdida en mitad de un desierto, rodeada de piedras y de pequeñas colinas. No se veían cultivos ni apenas verde en derredor. Me preguntaba a qué se dedicarían sus habitantes y cómo podrían vivir en unas condiciones tan duras. Llevan haciéndolo generación tras generación y las preguntas son pura ignorancia. La gente sobrevive, disfruta de su entorno y es feliz con lo que tiene. La mayoría no ha salido de la región y no lo harán. No tienen ninguna necesidad. Ellos no cambiarían sus tradiciones por nuestra modernidad. Si acaso, algún control sobre la naturaleza, alguna forma de evitar las sequías, alguna información sobre las cosechas y algunas cabezas más de ganado… pero nada de edificios, de ajetreo o de bullicio.

Los británicos se las tuvieron tiesas con la población local para hacerse con el territorio a principios del siglo pasado. Los Talensi no dejarán la tierra de sus antepasados salvo que ocurra una catástrofe y, de momento, a pesar de la pobreza, van tirando.

Me llamó la atención que utilizaran el fuego para purificar la tierra, algo que Mr Djlabletey, nuestro anfitrión en Tamale y responsable de medio ambiente en la región, criticaba amargamente.

La comunidad mantiene sus creencias animistas, su estilo de vida ancestral y los jóvenes, con el consentimiento de los ancianos, han montado un proyecto de turismo comunitario como fuente de ingresos adicional para enseñar su pueblo a las pocas personas que se dejan caer por allí. Llevan unos años detrás de la UNESCO para ver si lo declaran Patrimonio de la Humanidad. Vaya desde aquí nuestro apoyo para que lo consideren.

Cuando sopla el harmattan, entre diciembre y marzo, en el interior de sus cuevas se escucha el viento de una forma peculiar. El roce con la piedra lo convierte en algo mágico y a oscuras uno se imagina leyendas de otro tiempo. Cuentan, que hace muchos años, los Talensi se reunían allí para transmitir su cultura y de ahí que posean una rica tradición oral. Como corresponde, los mayores hablaban rodeados de los menores. Y estos escuchaban atentos. Roger, nuestro guía, era uno de aquellos niños. Hoy nos sienta como antaño y nos pide silencio. Cerramos los ojos y evocamos otra época, otro mundo, otra forma de vivir.

Sus casas son pintorescas por fuera, de formas circulares, y frescas por dentro. Están construidas de adobe y recubiertas por una fina capa de cemento. Duermen sobre jergones o esteras, cocinan en el exterior sobre una hoguera y honran a sus difuntos manteniendo sus tumbas cerca de la entrada principal de las casas. Se agrupan por familias. Mantienen algunos de los objetos que estos utilizaron en vida como recuerdo constante de quiénes son.

Visitar al Chief, encargado de solucionar los entuertos de los vecinos, es también una experiencia. Aquí rige la ley del país, claro, pero está demasiado lejos de ningún lugar para que un oficial de policía o un juez intervenga en los asuntos locales. El Chief es el que manda y el que aconseja, y su voluntad es aceptada. Antes de entrar en ningún lugar hay que pedirle permiso, explicarle quiénes somos, de dónde venimos y qué queremos. Autoriza nuestra visita y nos invita a recorrer su casa, que es laberíntica, y desde cuya azotea se tiene una magnífica vista del entorno.

Ritual local

Sin embargo, lo que más nos impresionó fue conocer a la autoridad religiosa local. Para hacerlo, hay que caminar hasta lo alto de una colina, desvestirse de cintura para arriba -hombres y mujeres-, subirse los pantalones hasta la rodilla y  descalzarse. Acompañados de Roger iniciamos la ascensión. Las austriacas volvieron a casa. El pudor occidental pudo más que la curiosidad.

Escalar una montaña medio desnudos y descalzos no deja de ser algo extraño. Al pie de la colina, están las calaveras de los burros, las cabras y vacas sacrificadas. Entre las rocas, se aprecian restos de la sangre derramada. A partir de un punto determinado, ya no se admiten animales grandes. Roger nos explica que responde a una razón práctica, ya que pesan mucho y no pueden cargarse entre las rocas sobre la espalda.

Durante toda la escalada, como si fueran las migas de Pulgarcito, hay plumas de un ave parecido al pollo -sin serlo- que es el animal estrella para las ofrendas. Después de un rato de subida, nos presentamos en lo alto de la colina y allí la autoridad religiosa nos preguntó por nuestros problemas, nuestros anhelos y nuestras preocupaciones. Solucionar cada cuita cuesta una pequeña donación: comida, bebida, ropa… Nosotros sólo llevábamos dinero y le entregamos una pequeña cantidad de cedis, unos tres euros al cambio.

No teníamos grandes preocupaciones que contarle, pero queríamos saber cómo vive, cómo trabaja y teníamos ganas de conversar con él. Él estaba dentro de una cueva, en penumbra, rodeado de plumas de ave, también semidesnudo, y nosotros nos sentamos de lado, casi dándole la espalda, un poco más elevados. Era una conversación difícil con el guía de intérprete y se parecía remotamente a una confesión cristiana. Antes de que anocheciera, emprendimos la retirada.

En Tongo no hay ningún lugar para dormir aunque Roger nos contó que les gustaría adecentar algunas de las casas locales para que los turistas puedan pernoctar en la comunidad. Charlamos de ello mientras esperábamos en mitad del camino que una moto o cualquier otro vehículo nos devolviera a algún otro lugar más habitado donde enganchar transporte hasta Bolgatanga.

En África siempre hay personas en la cuneta, esperando ir a un lugar u otro. Y allí nos quedamos, con tranquilidad, asistiendo a una de esas puestas de sol que en sitios como este se aprecian con mucho gusto.

La joya de Ghana

A la mañana siguiente, otra vez en la carretera, pusimos rumbo al noroeste, en busca de Larabanga, la mezquita, y probablemente el edificio, más antiguo del país. Después de algunos años de desacuerdo, parece que historiadores y religiosos han fechado su origen en 1421. En cualquier caso es una joya arquitectónica que nos dejó maravillados y la fundaron los primeros musulmanes que llevaron el Islam a África Occidental.

Visitar Larabanga es iniciar un viaje al pasado. Según nos contaron, un Corán tradicional se encuentra en su interior, pero los no creyentes no pueden acceder, y no pudimos comprobarlo. Es un lugar sagrado y muchos musulmanes de la zona peregrinan hasta él.

El trayecto hasta la comunidad qué la acoge también es de otro mundo. Las construcciones de adobe circulares coronadas por techos de paja, quizás parecidas a las tatá somba de Benín, se hacen evidentes a cada paso, como la pobreza y la aridez de toda la región. La gente es amistosa, reciben al visitante con hospitalidad y es sencillo participar de la vida cotidiana.

Siempre hay que andar con cuidado al tratar los asuntos políticos espinosos, pero conversamos sobre la situación que han provocado los atentados de Boko Haram en la vecina Nigeria. Desde Navidad, el norte de este país se encuentra en estado de emergencia, con varios atentados que han dejado un reguero de muertos cristianos. Algunos han sido contraatacados, y el gobierno también ha llevado a cabo detenciones. La situación es muy grave. Nosotros estábamos en la zona musulmana más pobre de Ghana, caldo de cultivo para el radicalismo en otras latitudes, pero aquí rechazan abiertamente el conflicto. El Islam, nos recordaron, apuesta por la tolerancia, el respeto y la convivencia de las religiones. Aquí, los imanes animan a sus feligreses a rezar por la paz.

Elefantes en Mole

Junto a Larabanga se halla una de las maravillas de Ghana que exaltan las guías de turismo, el parque nacional Mole. He contado en otras ocasiones que la naturaleza y la fauna de Ghana no son comparables a las de otros lugares del continente, pero este es uno de los pocos lugares del país, si no el único, donde pueden verse elefantes. Darse una vuelta por el parque es barato y puede hacerse a pie, junto a un ranger armado.

Como digo, los elefantes son la estrella del parque y nosotros tuvimos la suerte de encontrarnos a cuatro mientras se bañaban. Allí nos sentamos a ver cómo los paquidermos disfrutaban de su vida en libertad. De vez en cuando, algún antílope pasaba a nuestro lado y, junto a la charca, podían apreciarse cocodrilos tomando el sol.

La jornada siguiente tocaba madrugar de nuevo y comenzar la vuelta a Ada. Quedaban por delante unas cuantas jornadas de viaje. La moral ya estaba alta.


Una boda peculiar

David Ahadzie  es el ejecutivo del pueblo. Duerme tres o cuatro horas al día y lleva un año empeñado en hacer funcionar la oficina de turismo de Ada Foah. También da algunas clases en la escuela del Maranatha, vende libros de la iglesia evangélica, colabora con nosotros en el proyecto de apoyo a menores abandonados de Anyakpor y trabaja en la Asamblea del Distrito haciendo papeles. Lleva tres teléfonos encima… uno de ellos escondido en la maleta. Es uno de nuestros mejores «amigos» por estas tierras.

Hace pocos días David se casó con Bernice, profesora de la Escuela Politécnica. Nos invitaron a la boda. Si organizar una celebración en España suele ser un quebradero de cabeza para los contrayentes, piensen cómo es en Ghana, con muchos menos recursos.

Nada es lo que parece

Habíamos quedado con David en que nos recogería un coche en casa el viernes por la tarde, nos llevaría a Peki, el pueblo natal de su novia, nos alojaríamos en la pensión del lugar, participaríamos de la celebración el sábado y el domingo volveríamos a casa.

A las 10h del viernes, David me llamó para decirme que teníamos que salir pitando para Tema, la ciudad portuaria de Ghana, a 30 km de la capital, a unas dos horas de Ada. A las 15h partía el autobús con los invitados. Se había olvidado de avisarnos antes. La otra opción era coger un autobús a las 3 de la madrugada y llegar a tiro hecho a la boda.

Elegí la opción vespertina. Elena y yo estábamos trabajando. Me costó localizarla, ya que atendía pacientes en consulta. Lo logré a las 12 del mediodía y empezamos a correr. Primer error.  A las 13:30h parecía claro que no llegaríamos a tiempo de coger el autobús de los invitados. Llamé a David y me dio otra solución. El Bestman/Padrino podría recogernos en un punto intermedio.

Comimos un  bocadillo de sardinas de lata -nuestro menú habitual para el almuerzo- apretujados en el tro-tro. Segundo error. Estábamos apurados. El padrino, George, nos acogió con entusiasmo y comenzamos el viaje. Serían las 14h. A medio camino notó que debería lavar el coche. Paramos a hacerlo. Poco después de las 15:30h llegamos a la rotonda de Tema. En ese momento, David nos avisó para que le esperáramos. El tráfico era infernal en Acra, aunque ya estaba cerca. Decidimos hacer tiempo… aunque poco se puede hacer cuando uno está parado al lado de una rotonda.

La espera que desespera

Después de dos horas, intuimos que David llegaría muy tarde. Incluso pensé que quizás se había arrepentido de la boda. Nos fuimos al mercado negro para cambiar moneda. Las ciudades portuarias es lo que tienen. Además de moneda, encontramos ron Arehucas, de Canarias, y ginebra inglesa. Estuvimos a punto de comprar alguna botella. Desafortunadamente, se salía del presupuesto. El reloj siguió corriendo y en vez de David, aparecieron dos alemanes, voluntarios recién llegados a Ada, que habían sido invitados a la boda, a pesar de no conocer al novio ni a la novia y llevar sólo unos días en el pueblo. Pensamos que David necesitaba llenar su cupo de invitados.

Finalmente, el novio llegó más tarde de las 20h, en un taxi con su cuñada y el cámara de la boda. Es decir, nos juntamos en la rotonda: El padrino, el novio, la cuñada, el cámara, los dos alemanes –Michael y Michael-, Elena y yo. Entonces, alguien reparó en que sólo teníamos un coche y cinco plazas. El transporte público a esas horas escaseaba.

El padrino, con buen criterio, decidió que el que tenía que llegar sí o sí era el novio… y que el resto, en fin, ya saben, a buscarse la vida. Quedaban tres plazas en el coche. Elena se instaló en la parte de atrás en un rápido movimiento. Llevábamos esperando más de cinco horas y teníamos derecho de viaje. “Ésa es mi chica”, pensé. Un alemán se sentó junto a ella y otro intentó colarse por mi derecha. Quería el asiento de copiloto. Tirando de canas, hice un requiebro y me adelanté. En un suspiro, el coche se completó. Una seña de David bastó para que el alemán que estaba fuera se acoplara también en la parte de atrás. Viajaríamos seis personas en cinco plazas. La cuñada y el cámara no cabían. Ya llegarían. A nadie pareció importarle.

Hambre

Una vez que arrancamos, mi estómago empezó a rugir. Apenas habíamos probado bocado en todo el día. Pasamos un montón de restaurantes y puestos callejeros, pero el padrino no tenía intención de parar. David iba al teléfono ultimando detalles. Al final, el autobús de las 15h no había partido y los invitados estaban desperdigados en el trayecto. También había problemas con el pastor que oficiaría la misa. Y resulta que la empresa de decoración tampoco tenía todo preparado. Había cierta  tensión en el vehículo. Yo sólo pensaba en comer. Elena también.

Una mirada desesperada bastó para que el conductor parara en la cuneta, so pena de ser devorado. Nos arrojamos en busca de alimento. Yo perseguía una salchicha, un pincho de pollo, un pan… qué sé yo, algo rápido, que llenara y que mejorara nuestro humor. Lo encontramos después de vagabundear entre pueblos fantasma. Me seguían en procesión el padrino, Elena, los alemanes y el pobre David con uno de sus teléfonos pegado a la oreja. Encontramos salchichas. Elena y yo trapiñamos… En ese instante, los alemanes se destaparon como vegetarianos. Mala suerte. Les tocaría ayunar.

Volvimos al coche, David cada vez más atareado. Nada parecía funcionar. Al padrino le dio por buscar ayuda divina y puso en el reproductor los discursos del pastor de su iglesia –Greatest hits Lighthouse Chapel international-. Elena nos abandonó entregándose al ipod. El resto nos comimos los discursos sobre el demonio, la virgen y el espíritu santo.

En un momento dado divisamos un control de policía. Imagínense la escena. Un coche con cuatro blancos a altas horas de la noche -en Ghana a partir de las 20h no queda un alma en la calle- con un pasajero por encima de lo permitido. Pude ver cómo el símbolo del dólar se reflejaba en las pupilas del guardia que nos dio el alto. Le colgaba una «fusca» del cuello. Baja la ventanilla y me dice: “¿En su país es normal que viajen cuatro personas atrás?”. Era una pregunta absurda, así que contesté: “Algunas veces”. No debió gustarle porque añadió: “Venga, fuera del coche, los papeles”… o algo así, porque cambió el inglés por el eve y me desentendí de la conversación. Tras media hora de negociaciones pudimos seguir camino. Resulta que el guardia era natural de Peki y al enterarse de que íbamos a una boda allí, dejó escapar a sus presas. No hubo que pagar soborno.

Llegamos a destino pasadas las doce de la noche. Nos acogieron en la casa de la novia. Bernice estaba de morros. Su novio se presenta pocas horas antes de la boda en un coche lleno de blancos y con un montón de preparativos en el aire. La hospitalidad ghanesa les obligaba a ofrecernos comida. Los alemanes cenaron por fin.

Noche gregoriana

Casi nos dieron las dos de la madrugada, tras los intercambios de saludos, las presentaciones y las preguntas típicas. Pregunté con delicadeza si alguien podía decirnos dónde coño estaban nuestros aposentos. Resulta que no había. Como era tan tarde, la pensión había dado nuestras habitaciones a otros invitados que llegaron antes -esta es una fea costumbre en Ghana que invalida todas las reservas que puedas hacer con antelación. El primero que llega se queda con la cama-. No sabían dónde meternos y alguien sugirió que en el seminario de los presbiterianos había celdas libres. Allí pasamos la noche, en una austeridad espartana, con los ronquidos de los novicios, los invitados o quien estuviera al otro lado del tabique como música de fondo.

Ceremonia doble

Nos levantamos a las seis de la mañana para participar en la previa de la boda. Juro que intenté escaquearme. Hubo presentación de familias, de invitados -nosotros también- y comenzó una ceremonia extraña, en lengua local, con muchos cánticos, muchos sermones, mucho follón y mucho sueño por mi parte.

Después de esta fase, nos dieron de comer un plato de arroz y nos condujeron a la iglesia, donde tendría lugar la ceremonia de verdad. Serían ya las 11h y estaba catatónico. La primera parte cabeceamos en la iglesia -aunque los aullidos de los reverendos, pastores y demás autoridades eclesiásticas nos sobresaltaban de vez en cuando-; y para la segunda, nos fuimos al bar en busca de una coca cola. Esto no supone problema en ningún lugar de África -ni del mundo-. La coca cola siempre está presente. El problema es encontrarla fría. Entre que lo hicimos, la tomamos y volvimos… la boda se acabó. Serían cerca de las 14h.

Nos fuimos al banquete, que se celebraba en la explanada del seminario donde habíamos dormido. Cientos de personas pugnábamos por una silla bajo los toldos. Caía un sol de justicia. Enfrente estaba el bufé. Me pareció escaso y por un momento dudé si tendríamos que echar a correr y el primero que llegara comía, y el último no. No pensaba volver a perder, como con la cama. Teníamos hambre. De repente, apreció el encargado de protocolo y fue levantando a la gente por turnos. Guay. Nos tocó al principio. También hubo una danza local.

No había ni gota de alcohol y el menú se componía de arroz y pollo o tilapia, especialidades del lugar, con mucho picante. También había pastel –Elena cogió dos trozos haciéndose la despistada-. Comimos y casi sin terminar me tocó salir a la palestra a dar un discurso. Esto es una costumbre africana. Implican al visitante en todas las celebraciones y ayuda a perder el miedo a hablar en público. Mi turno iba detrás del pastor, que se quedó a gusto celebrando que el novio y la novia no fueran ni homosexual ni lesbiana y pidiendo a gritos a Jesucristo que el diablo no entrara en sus vidas para corromperles. Ante esta altura intelectual, no sabía qué aportar, así que recurrí a un clásico español que la concurrencia repitió al unísono: “vivan los novios”. Incluso pedí un bis.


El sueño de Anyakpor

Qué hace un tipo como tú en un sitio como este…” Parafraseaba a los Burning, el otro día, cuando Ruben aparcó su moto conmigo de paquete en la entrada de la escuela de Anyakpor.

El sol pega con ganas. Al fondo, la playa. Alrededor, plantaciones de cebollas y tomates. El suelo, cubierto de tierra, levanta una polvareda que me envuelve. De frente, 97 niños y niñas, de edades comprendidas entre los 2 y los 10 años, rodean a Elena. Unos le piden agua, otros quieren un mimo, algunos se agarran a su pierna para que los abrace, otra le habla en lengua local con mucha desesperación. Ella reparte sonrisas y junto a los tres profesores intenta poner un poco de orden en este guirigay. Difícil trabajar en esas condiciones. Pero está feliz. Le brillan los ojos.

Una escuela para menores abandonados

Estoy observando la escena. Dudo si acercarme. De repente, un enano nota mi presencia y al grito de “¡bafono, bafono!” se me viene encima una nube de diablillos. Parezco el Perales con eso de “Dejad que los niños se acerquen a mí”. Me pongo tierno. Hay que estarlo para pasar de Pepe Risi al héroe de Cuenca… pero qué quieren, esto es África, y los sentimientos viajan a flor de piel.

La escuela de Anyakpor se halla a tres kilómetros de casa, en el límite occidental de Ada Foah. Es una construcción de cemento barato con techo de paja, de unos 40 metros cuadrados y pretende ser el centro de escolarización para los niños abandonados de esta comunidad formada por unas 3.000 personas.

Los niños y niñas provienen de familias humildes. Los padres pasan muchos meses en el mar, pescando a bordo de barcos que han conocido mejores tiempos, siempre a merced de los vientos o de las fuertes olas del Atlántico. Algunos nunca vuelven. Otros forman parte de tripulaciones en embarcaciones mercantes. Las madres, a menudo están en la comunidad. Cuidan de los hijos, unos seis de media por cada familia, y buscan sustento para el día a día. Es una comunidad organizada. En los últimos años han puesto en marcha proyectos para acumular la basura en un lugar común y para mejorar el saneamiento haciendo sus necesidades en lugares apartados. Aún así, tienen muchas necesidades.

Las familias viven como la mayoría de la población local, en infraviviendas sin agua ni servicios mínimos. Cocinan al aire libre. Los ingresos son tan bajos que ni siquiera pueden pagar las tasas que el gobierno exige para impartir la educación primaria gratuita. Estas tasas cubren el material escolar, uniformes y alimentación de los menores. Los padres de los 97 niños de Anyakpor no pueden asumir esos gastos. Cinco de ellos están acogidos en casa de una de las profesoras.

Apoyo externo

Hace menos de una década, la comunidad puso en marcha un proyecto para el cultivo de cebollas, tomates y algo parecido a las guindillas. Radio Ada desarrolló un serial radiofónico y atrajo financiación extranjera para dar formación en agricultura.

La iglesia que encabeza el Pastor James identificó la necesidad de escolarización de algunos menores en 2008. Sus feligreses acudían el domingo al templo y pedían ayuda. En septiembre de ese mismo año, con el apoyo del Chief local y algunos padres, construyó la escuela de Anyakpor. Contrató entonces tres profesores, con un salario de 25 euros al mes, construyó las cuatro paredes y ahí se instalaron, revueltos, menores y maestros. El dinero se acabó y las colectas dominicales dan para pagar a los profesores y alimentar escasamente a los niños. A veces la comida no llega para todos. Tampoco el agua potable.

De Madrid a Ada

En noviembre pasado nos interesamos por el proyecto y decidimos invertir en la escuela los  1.300 euros que trajimos desde España gracias la generosidad de amigos y familiares. Una parte del dinero, unos 200 euros los hemos ido gastando en pequeños detalles: cremas para el hospital donde Elena trabaja, dos balones de fútbol para la comunidad de Futuenya -detrás de casa-, pequeños regalos de Navidad para los niños y niñas, y algún apaño para Radio Ada relacionado con Internet. En las tiendas pequeñas o en el mercado de Ada no se estilan las facturas, así que tienen mi palabra de que el dinero se ha invertido donde digo.

Elena, además, va un día por semana a la escuela de Anyakpor para ejercer como monitora de apoyo a la labor del profesorado y Alicia, cuando todavía estaba por aquí, también acudía y ahora nos echa un cable desde España. Yo me encargo de supervisar los presupuestos y participo en las reuniones para tratar las prioridades con el Pastor y las autoridades implicadas: David, de la oficina de turismo; Divine, jefe de servicios sociales; el Chief de Anyakpor; y los padres de los alumnos. Es un trabajo en equipo y vamos paso a paso.

Hemos dividido el proyecto en varias fases y decidido conjuntamente en qué invertiremos el dinero. Lo primero serán las pequeñas infraestructuras como bancos, pupitres y pizarras y el material escolar básico: libros, cuadernos, lápices y ese tipo de cosas. Nosotros vamos a aportar la parte no perecedera, con la vocación de que lo que hagamos dure en el tiempo.

Los sueldos de los profesores y la alimentación del alumnado deben seguir saliendo de las colectas dominicales y de las aportaciones de los padres. Estamos hablando de cantidades exiguas y todo el mundo tiene que arrimar el hombro.

En cuanto al agua potable y el saneamiento, esto corresponde a la administración. Quizá podamos colaborar en la construcción de una bomba de agua, no sólo para el colegio, sino también para la comunidad, pero aquí los servicios sociales tienen que poner de su parte.

Y la comunidad aporta la mano de obra. Me explico: nosotros compramos la madera, pero el carpintero tiene que salir de la comunidad. Igual que el tipo que cabe la zanja para el servicio. Yo me he ofrecido a picar el primero, que no se diga que los blancos somos unos flojos, pero ellos deben continuar el trabajo.

Step by step

Como se pueden imaginar, esto no se consigue de un día para otro y estamos a mitad de enero y llevamos desde noviembre con el proyecto. Somos conscientes de que no vamos a mejorar la educación de Ghana ni vamos a convertir a estos chavales en estudiantes de primera. Nos conformamos con que reciban una educación equiparable a los demás, con que tengan un mínimo de atención y con que no pasen tantas horas en la calle o en la playa sin hacer nada. Los niveles de analfabetismo en la población rural en Ghana son alarmantes y creo que podemos contribuir a que los indicadores de esta comunidad mejoren.

Hace meses, se constituyó en Ada una asociación de padres para mejorar la educación de los hijos. También hemos informado al presidente de esta asociación y Elena ha participado en un curso de formación para atender necesidades básicas y detectar problemas como malos tratos, abusos sexuales o carencias de cualquier tipo. La sociedad civil aquí está organizada y eso anima a seguir trabajando.

Las comisiones bancarias, ya lo he contado en otra ocasión, son un robo, ya que a veces se llevan el 10% del dinero de cada transacción. Intentamos trampear estos trámites cargando de euros a las personas que vienen a visitarnos desde España. Esperamos visita pronto, asi que si quieren colaborar, están a tiempo. No se corten.


El embrujo ashanti

Es domingo. Todavía no han dado las cuatro de la tarde. El sol continúa alto. Acabamos de llegar a Wawasi, el pueblo natal de Albert –compañero de Elena y Alicia en el Hospital Dangme East District-. Estamos en el corazón de la región ashanti, otrora uno de los imperios más importantes de África Occidental. Abarcaba parte de Costa de Marfil, casi todo el interior de la actual Ghana y parte de Togo y de Benín. La colonización redujo su territorio a una provincia del tamaño de la Comunidad Valenciana. Es una región rica en oro y con vegetación abundante. Su capital es Kumasi, la segunda ciudad de Ghana.

De pronto, un grupo de niños se acerca, nos rodea y nos coge de la mano. Nos conducen por un camino de tierra. Pasamos junto a un hombre, tío de Albert, que seca cacao frente a la puerta de su casa. Ghana es, después de Costa de Marfil, uno de los grandes exportadores de este fruto tan apreciado en los países ricos. Es curioso, el chocolate que tanto se cotiza allá, aquí apenas lo conocen. Desde luego es difícil encontrarlo en una tienda. Es un ejemplo más de lo que pasa en África con muchos productos. Tienen las materias primas pero los productos finales se confeccionan y consumen en otros lugares; y, claro, los beneficios se quedan allá.

En apenas unos minutos llegamos a Ahodwo, la aldea vecina. Los dos pueblos no tendrán mas de 300 habitantes. Son lugares que guardan celosamente sus tradiciones culturales. Buena parte de ellas se han perdido por el avance del cristianianismo y de lo que llamamos civilización occidental. Durante siglos, los rituales autóctonos fueron perseguidos y prohibidos. Unos pocos han sobrevivido puros, otros se han mezclado con los ritos cristianos. Actualmente, la conciencia generalizada de que las tradiciones ancestrales también son cultura comienza a extenderse y encuentra una ligera protección en las autoridades locales y en la legislación internacional. En cualquier caso, los religiosos y religiosas hicieron bien su trabajo. Prácticamente el total de la población en esta región está convertida y los templos se alzan orgullosos en cada aldea. Los misioneros también trajeron educación, sanidad y han mejorado, y mejoran, la vida de muchas personas. Su labor social también es incuestionable.

Enfrente de mí, veo el equivalente a una pequeña plaza de toros, una construcción circular, descubierta. Cruzamos la puerta y la gente se aprieta cubriendo la circunferencia del recinto, como si estuvieran en los tendidos. Hay zona de sol, de sombra, de pie y de sillas. También hay dos grupos de música situados en dos flancos.

De repente, uno de ellos empieza a tocar. Puedo leer la emoción en los rostros de las cien personas que estamos ahí. Aparece el fetish priest/ brujo/ hechicero/autoridad religiosa local –no encuentro una palabra en español que no me parezca despectiva-. Tendrá algo más de 40 años. Está vestido de forma tradicional. Lleva una falda hecha de paja, unas telas como camisa y, por montera, una cabeza de res forrada con piel. El rostro del fetish priest está cubierto de un líquido negro.

Avanza hacia el público bailando. Creo que está en trance. Se mueve de forma extraña. Su mirada está perdida. Masculla palabras en twi, la lengua local. Le secundan varias personas con los rostros cubiertos de harina y con botellas de las que beben largos tragos de vez en cuando. Bailan. Se giran sobre sí mismos. Bailan más. Siguen el ritmo de los tambores. Se acercan a nosotros. Nos hacen gestos con los brazos. Se retiran. Vuelven a acercarse. Es una danza. El fetish priest sujeta su extraño sombrero. El sudor le corre por el rostro. Sigue bailando.

En un acto reflejo saco el móvil y disparo unas fotos –siempre hay un blanco dispuesto a dar la nota-. No creo que el fetish priest me haya visto. ¿Cómo iba a verme si está en trance? Hostias.  Se dirige apresuradamente hacia mí. La he cagado. Pienso que para las fotos que hago más me valdría estar quietecito. Oculto el móvil y pongo cara de inocente. Claro, inocente. El único blanco –Alicia y Elena son más educadas y han sabido comportarse con discreción-. Me reprende. Quiere la cámara. Agacho la cabeza. Pido disculpas. No pienso dársela. Hay un silencio tenso y en ese instante el segundo grupo de tambores sustituye al primero . La atención se aparta del fetish priest. Pasó el peligro.

Ahora hay una mujer corriendo en círculos. Creo que lleva la cabeza de un pollo entre los dientes. Elena asegura que hace unos momentos el animal estaba vivo. Yo sigo mirando hacia el suelo pensando en mi móvil. Estamos un poco asustados. Me pregunto si estos rituales tendrán algo que ver con el vudú. Creo distinguir unos pequeños muñecos con cabelleras en un lateral. Le pregunto a Albert. Me dice que no, que esto es otra cosa.

Una señora percibe nuestro desconcierto. Nos invita a atravesar el albero. Nos dirigimos hacia la zona de sillas. Hay que descalzarse para cruzar la plaza. Nos sentamos. A mi derecha está la mujer que se ha cargado al pollo. La miro de reojo. Escucho su respiración acelerada. Su rostro está cubierto de harina. Sus labios tienen sangre. El corazón me late con fuerza. Albert está tranquilo. Todo el mundo a nuestro alrededor está tranquilo. Se acerca un emisario del fetish priest. Nos pide que le sigamos. Vamos tras él. Llegamos a un espacio separado de los espectadores. Hay una especie de altar. Un tronco cortado está manchado de líquido negro y tiene restos de vísceras. En una cabañita próxima veo animales sacrificados. Pregunto si el tronco es para cortarles la cabeza. Se ríen. Quizás no me entienden.

El fetish priest está sentado. Ya no está en trance. Y ya no utiliza como sombrero la cabeza de res forrada. El sudor le sigue cayendo a borbotones por el rostro. A mí también. Nos pregunta qué hacemos aquí, de dónde somos, por qué hemos venido, si hemos visto algo parecido y nos pide una ofrenda. Todo seguido. Muy rápido. Albert traduce y en un movimiento veloz se mete la mano en el bolsillo. Ofrece 10 cedis –no llega a 5 euros-. El fetish priest moja sus dedos en el líquido negro que contiene un cuenco de calabaza. Se incorpora y nos marca el cuello. Estamos aceptados. Ya podemos disfrutar del festival. No me queda claro si se pueden hacer fotos. Hay un tipo local que sí las hace. Parece el fotógrafo oficial. Paso de preguntarlo.

Volvemos a nuestro asiento y un chico de unos 20 años da un brinco hacia el centro del ruedo y comienza a bailar. También parece en trance. Siguen los tambores repitiendo el mismo ritmo. Alguien nos acerca una botella. Le damos un lingotazo. Primero, Elena, que estaba más cerca; luego, Alicia; y después yo. Albert declina el trago. Quizá podríamos haberlo rechazado también nosotros. Es aguardiente. Saltan más espontáneos a bailar. También tienen el rostro cubierto de harina, hacen aspavientos, la mirada perdida, sus movimientos son muy rápidos, ¡se van a descoyuntar!

Alguien saca una botella de champán. Está caliente. Intentan abrirla. Me ofrezco a hacerlo. Lo consiguen. Le pegan otro lingotazo. Me imagino que el trance se alcanza más fácil con un poco de alcohol, con esta solana y con estos bailes acelerados. No digo que no estén en contacto con su divinidad, pero permanecer tres días así no creo que haya cuerpo humano que lo resista sin ayuda externa.

Parece que va a anochecer. Serán cerca de las seis. Nos levantamos. Agradecemos la invitación. Nos despedimos del fetish priest y de las personas que nos rodean. Caminamos sin mirar atrás. No quiero convertirme en estatua de sal. Salimos de la plaza. Respiramos. Estamos boquiabiertos. No sabemos bien qué hemos visto. Nos ha impactado. Nos preguntamos cuántos de estos rituales se habrán perdido. Se celebraban para festejar las cosechas, para evitar malos augurios, para agradecer cosas a los dioses. Éste, en concreto, se celebra anualmente o cada tres años, depende a quien preguntes. Lo cogimos por suerte. No podíamos irnos de la región ashanti sin ver uno de ellos.

Esta es una tierra legendaria, orgullosa de su historia. Con la independencia del país y la creación de Ghana, y con el hecho de que la capital del país sea Acra, se ha convertido en una tierra herida. Los ashanti tienen su propio rey. Todavía sigue la dinastía. En Kumasi hay un palacio donde vive. No tiene representatividad política real. De hecho, tiene categoría de Chief regional, como en cualquier otra parte del país. Pero para los ashanti es su rey. Lo veneran y lo respetan. Algunos creen en la independencia de esta región y sueñan con los viejos tiempos, en los que eran los dueños de la selva y del oro. Ahora las riquezas las explotan empresas extranjeras o caciques locales.

La gente de a pie se dedica a tejer telas con los que confeccionar los kentes, vistosos trajes tradicionales. Cada familia tiene por lo menos uno y cuestan el sueldo de un año. Este arte no está claro si proviene de la región del Volta o es originaria de aquí. Los ewe nos dijeron que el arte era suyo y que los ashanti, cuando les conquistaron, hicieron prisioneros ewe y les obligaron a transmitirles el conocimiento. A los ojos del visitante la región ashanti produce muchos más kentes. Hay pueblos enteros que viven de ello. Adanwumase, por ejemplo, donde Albert se trasladó cuando abandonó su aldea natal es uno de ellos. Nos enseñan cómo se hace. Es muy laborioso. Lo realizan los niños y los hombres.

El resultado se vende en los puestos del Kejetia market de Kumasi, que como todas las grandes ciudades africanas es caótica, ruidosa, sucia, asfixiante… pero con su punto de alterne y de alegría desmedida. Es de noche y estamos en la zona del estadio de fútbol –la verdadera religión de África-. Pedimos unas cervezas negras y repasamos la jornada. Nos acostamos pronto. Nos espera un largo viaje de regreso a casa. Serán casi 10 horas a bordo de autobús y tro-tros por caminos –que no carreteras- que me partirán la espalda. Merece la pena.

PD. Alicia regresa hoy a España. Buen viaje, compañera. Ha sido un placer conocerte y compartir estos dos meses contigo. Gracias por tu buen humor. Nos quedamos solos. ¿Qué nuevas aventuras nos esperan?


Africa connection

En la mayoría de países africanos la corrupción es un modo de vida para sus gobernantes y legiones de funcionarios que han asumido como normal beneficiarse o beneficiar a personas de su grupo étnico cuando se encuentran en situaciones de poder. Estas élites y camarillas desprecian a su población que observa atónita cómo sus recursos naturales o públicos se despilfarran sin que les lleguen apenas las migajas. La llama que ha encendido la primavera árabe en el Norte de África y Oriente Próximo podría alcanzar a todos los corruptos del continente y de más allá. La ciudadanía sabe ahora que el cambio es posible.

Ser político en África era -y en muchos lugares todavía es- una de las pocas profesiones en las que un africano puede medrar y enriquecerse. El poder económico y las infraestructuras siguen en poder de los blancos, si no directamente como en la etapa colonial, sí a través de grandes transnacionales –que explotan los ricos recursos de cada región- o instituciones financieras internacionales –como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional- que, con sus normas imposibles y la exigencia de los pagos de la deuda externa, ahogan las economías de los países empobrecidos, año tras año.

Además, en una escala más baja, los prolongados retrasos a la hora de hacer efectivas las nóminas de los propios funcionarios y la burocracia de los trámites administrativos provoca que los sobornos sean un medio para sobrevivir en buena parte de África y una práctica generalizada para lucrarse con servicios públicos gratuitos.

Demasiados ejemplos

El continente está plagado de ejemplos. Ha ocurrido (y ocurre) en la República Democrática del Congo, en Zimbaue, en el no Estado de Somalia, en Nigeria, en Costa de Marfil, en Sudáfrica, Mozambique, Malawi, en Libia o en Etiopía –incluso en los tiempos de la hambruna que conmocionó al mundo-.Y es especialmente escandaloso en Guinea Ecuatorial, donde la familia Obiang goza de grandes lujos y privilegios, enormes cuentas y productos financieros con muchos ceros a la derecha en bancos europeos gracias a los pozos de petróleo de su país, mientras la población languidece.

La combinación de recursos naturales abundantes, intereses de empresas y gobiernos de países ricos, una descolonización apresurada, gobiernos locales autocráticos y dictatoriales, tensiones étnicas, golpes de estado y conflictos armados –la lista es interminable en los últimos 50 años- ha convertido la corrupción en endémica.

El camino de Ghana

Ghana, avalada por su estabilidad democrática en una región pobre y convulsa, intenta invertir esta tendencia, aunque aún le queda mucho camino por recorrer. Según la organización Transparencia Internacional (TI), que mide entre otros aspectos el grado de corrupción de un país, Ghana ocupa el 8º lugar de África Subsahariana, con una puntuación de 3,9 sobre 10, empatada con Italia y en el puesto 69 de los 183 países auditados. -España, sin ir más lejos, tiene una nota de 6,2; sólo una décima por encima de Botswana. Como saben, la cultura del pelotazo, las concesiones de licencias de edificación y el tráfico de influencias también tienen un largo y reciente arraigo en nuestra tierra-. El Banco Mundial opina que Ghana es el mejor país de África Occidental para hacer negocios.

Sin embargo, los casos de corrupción, sobre todo relacionados con comisiones derivadas del negocio del petróleo aparecen denunciados con frecuencia en la prensa. Según las últimas encuestas de TI, para la población ghanesa, los partidos políticos son las instituciones más corruptas. Y por encima de ellos, la policía. Para combatir esta situación, el Gobierno ha desarrollado un entramado legislativo y un marco legal alabado por observadores internacionales. No parece suficiente. El 79% de los ghaneses consideran corrupto su sistema judicial. Mi experiencia en el país, en la única ocasión en la que he requerido los servicios de la policía, los políticos y los leguleyos dan la razón a estas estadísticas: estaban todos conchabados y el amiguismo pesó más que la justicia.

Nuevo juzgado en Ada

Recientemente, asistí a la inauguración de la nueva sede del juzgado de mi distrito, Dangme East, en la Greater Accra Region. Bajo un sol demoledor –se me van acabando los adjetivos para describir el calor cotidiano- se concentraron las fuerzas vivas de la región y las más altas instituciones del Estado.

Allí estaban las autoridades religiosas, policiales, educativas, sanitarias, los chiefs locales, el chief regional, los miembros del parlamento por esta circunscripción, representantes de las asociaciones jurídicas, el magistrado que ejercerá en este juzgado, el presidente del Tribunal Supremo y la “Jefa de la Justicia / Chief Justice” de Ghana, Georgina Teodora Woode, en ausencia del presidente de la República –de viaje durante esos días en Canadá-, máxima autoridad del país.

Junto a ella y para no deslucir el acto, se hizo traer en autobuses a un centenar de estudiantes. Como en Radio Ada no hay muchos medios, aprovechamos que uno de estos vehículos pasaba por nuestra puerta para unirnos a la comitiva y ahorrarnos el transporte.

Eventos eternos

Llegamos poco antes de las 9:45 am, hora prevista de inicio del acto, aunque no arrancó hasta las 11 am sin que a nadie pareciera importarle, salvo al bafono –hombre blanco en dangme– que daba muestras de impaciencia. Para pasar el rato, a alguien se le ocurrió repartir cocos, lo que no deja de ser una estupenda costumbre.

Se Inició la ceremonia con una oración, como casi todos los actos, comidas y demás saraos aquí. La presencia de la religión en Ghana, como en muchos países de África, es abrumadora.  Sólo en mi pueblo -8.000 habitantes- hay unos 15 templos cristianos –y puede que me deje alguno- y una pequeña mezquita. Las diferentes ramas: presbiteriana –mayoritaria-, evangelista, baptista, pentecostés, católica, adventista, testigos de Jehová, anglicana… llenan aforo los sábados y domingos.

En los días laborables tienen misas, catequesis, estudios bíblicos y reuniones similares. Por si fuera poco, los funerales se celebran casi siempre en fin de semana –los cadáveres se conservan en la morgue hasta el viernes- y se convierten en tres días de celebración. La agenda religiosa marca la agenda social.

En fin, que el pastor, cura o sacerdote terminó y cedió la palabra a las distintas autoridades, que fueron desgranando discursos sobre la importancia de la justicia, la democracia, la transparencia, la lucha contra la corrupción y la necesidad de la confianza de la población en las instituciones. Nadie parecía prestarles mucha atención.

Un mensaje singular

Hablaron todos, precedidos de un maestro de ceremonias, que presentaba al interlocutor en inglés y en dangme, con adjetivos pomposos, recogiendo sus méritos y logros… hasta que le llegó el turno a ella, la única mujer –al menos la superior de todos los demás- la “Jefa de la justicia”.

Ninguna persona debe pagar ningún soborno ni hacer ningún regalo a ningún funcionario judicial para que influya favorablemente en un caso que le implique. Ningún juez puede aceptarlos. Esto es absolutamente ilegal y está perseguido por la justicia”. La contundencia de su advertencia lleva implícito el mensaje de que estas situaciones no son aisladas. En ese momento, los asistentes esbozaron una sonrisita, miraron para otro lado y empecé a escuchar ligeros murmullos… ¡Es como si les hubieran pillado en falta!

Juicio farsa

Una vez que terminaron los discursos, el nuevo edificio se inauguró con la celebración de ¡un juicio falso!

El Parlamentario de la región y el Chief de Ada hicieron de acusados, y como tal se colocaron en el estrado que les correspondía; el representante de la asociación de juristas –un picapleitos de tres al cuarto de cuyo nombre no quiero acordarme- ejerció de abogado defensor; el fiscal del distrito, en su papel; el juez, en el suyo, y la sala abrió sus puertas a curiosos y periodistas que abarrotábamos la sala.

Incluso había agentes de la policía que ante los comentarios del público mandaban callar con toda la seriedad del mundo: ¡order in the Court!

El juicio falso duró algo más de una hora y los acusados resultaron absueltos. ¡Se les acusaba en broma de corrupción!

Los asistentes posaron entonces para diferentes fotos de familia y la Chief of Justice dio por concluido el acto largándose apresuradamente.