La cabra de Futuenya

Hay una canción gamberra de Los Toreros Muertos que se canta en las fiestas patronales de media España. Habla de una cabra, Asunción, que un buen día se murió. Me vino a la cabeza la otra tarde. Era jueves y me escapé un poco antes de Radio Ada para volver a casa pronto y tener tiempo de jugar al fútbol con los chavales de nuestra comunidad, Futuenya.

Habitualmente, empezamos a eso de las 16h y terminamos al anochecer, pasadas las 18h. Entré en casa como un ciclón saludando al personal sin detenerme. Pronto me vestí con mis mejores galas. Hoy luciría el 4 de Hierro, con el escudo del centenariazo, que mi hermano Gabriel me regaló la víspera de nuestra partida.

Mientras me cambiaba, sentí un hedor insoportable en nuestro dormitorio. No tenía ni idea de qué podría ser pero olía a perro muerto. Queque y otras niñas se tapaban la boca y la nariz con la camiseta mientras cruzaban cerca. Las llamé y les pregunté por señas qué pasaba. Señalaban mi ventana. Salí al patio común y me encontré a Mr Narty, nuestro casero, intentando decirme algo. Él apenas habla inglés y yo no sé más que tres o cuatro frases en dangme, la lengua local, por lo que la comunicación entre ambos era de besugos. Eso sí, como ocurre casi siempre entre dos personas que no se entienden, ambos levantábamos la voz paulatinamente y más que hablar, nos gritábamos.

Después de un rato, intuí que decíamos lo mismo: que olía fatal. Así que le propuse que saliéramos fuera a ver si descubríamos la causa de este sutil aroma.

Dimos la vuelta a la casa, Mizpah, y justo debajo de la ventana de nuestro dormitorio yacía una cabra tiesa. Parecía que le había dado un paro cardiaco. Estaba boca arriba, con las patas estiradas. Y rodeada de moscas. Debía haberse muerto por la mañana y ahí estaba, abandonada.

Mr Narty y yo nos miramos, y nos hablamos -o nos gritamos, pero sin acritud-. Más o menos concluimos que esto era un marrón y a ver qué hacíamos.

Se me ocurrió quemarla y fui a buscar unas cerillas para hacerme entender, pero la propuesta fue rechazada. Él me pidió que le acompañara al interior de la casa. Una vez allí, sacó una azada y una pala. Estaba claro que quería que la enterrara.

Joder, eran las 16:30 y malditas las ganas que tenía yo de cavar una zanja. A mí me apetecía jugar al fútbol y él era el casero… vamos, esto era su responsabilidad, clarísimamente.

Sin embargo, Mr Narty, ya lo conté en otra ocasión, tiene una pierna inmóvil desde hace años, tras sufrir un accidente de tráfico, y no parecía muy elegante decirle al hombre que cavara. Me leyó el pensamiento y sugirió que llamara a los chicos o que buscara a alguien en la comunidad. Al fin y al cabo la cabra no era nuestra... creo que me dijo.

Así que salí otra vez fuera de la casa y llamé a los chavales que ya pateaban el balón, junto a la iglesia de Pentecostés, la misma que alegra nuestras mañanas de domingo y las fiestas de guardar. La misma donde, durante esos eventos, su pastor se desgañita amenazando a mis vecinos con las siete plagas y de paso nos revienta los tímpanos.  No saben cómo me gusta jugar al fútbol frente a la fachada de esa iglesia. Descargo mi venganza golpeando el balón con todas mis fuerzas contra su pared y me siento mucho mejor.

La verdad es que pasaron de mí cuando comprendieron que no les llamaba para integrarme al partido sino para cavar un hoyo. Me molestó un poco, ya que soy el patrocinador del equipo, el que compra el balón, vaya -bueno, en realidad, son ustedes con sus aportaciones económicas, pero yo soy el delegado, ya me entienden-.

En vistas de su negativa, me fui a buscar al Chief de Futuenya o algún hombre fuerte que me echara un cable. A esa hora todavía seguían trabajando en el campo, y no había nadie ocioso. Me pasé por el bar de la comunidad que aquí es el lugar más seguro para encontrar a un hombre. El dueño, según me vio, iba a abrir una cerveza, pero no, no era eso lo que quería…

Las mujeres ya estaban con sus perolos de aluminio cocinando y los niños y niñas me seguían en procesión. Eran las 17h y estaba claro que me tocaba comerme el marrón. Volví a la casa y, ni corto ni perezoso, cogí la azada y la pala dispuesto a demostrar que el blanco también sabe picar.

Con arte capitalino, comencé a cavar un hoyo. Antes, pregunté dónde podía picar y Mr Narty, que salió de su cueva para no perderse el show, me señaló con precisión un lugar debajo de nuestra ventana. Me puse a sacar tierra y cada vez se hizo un corro más grande a mí alrededor. Yo sudaba, los niños reían, las mujeres comentaban la jugada, Mr Narty asistía impertérrito a la escena… Me recordaba ese refrán tan castizo: “uno currando y los demás mirando”.

Llevaba un buen rato cavando y no avanzaba mucho. Aquí hay arena de playa y mi experiencia previa en estas lides data de hace algunos años, muchos, cuando era niño y hacía castillos en la orilla del Mediterráneo. El caso es que sudaba y que seguía dándole a la azada. Serían ya las 17:30h y subiendo.

En esto, pasó un señor que regresaba a su casa después de trabajar. La situación debió parecerle curiosa y se unió al grupo de mirandas. Les faltaba sacar las pipas o los cacahuetes, que aquí abundan. Sin embargo, en cuanto descubrí al gachó, le miré a los ojos fijamente y le dije algo como: “tronco, deja de mirar y dame una mano”. Tampoco hablaba inglés… pero me entendió perfectamente. La presión popular hizo que arrimara el hombro.

En dos minutos, el tipo había cavado más que yo en media hora. Pero a su quinto golpe de azada ocurrió una desgracia: pinchó en hueso y un chorro de agua empezó a brotar hacia arriba. Había picado, y digo bien, él había picado la tubería que alimenta de agua a toda la comunidad.

La concurrencia se estremeció, se hizo un silencio desgarrador, el tipo soltó la azada, me miró con ojos de cordero degollado y tomó las de Villadiego. Las mujeres se levantaron y se dispersaron; y hasta Mr Narty se dio el piro. Sólo los niños y yo permanecíamos en el lugar del crimen. El cuadro era: una cabra tiesa, un hoyo del que salía agua a borbotones, una pala y una azada en mitad de la arena, un montón de niños riendo y utilizando el chorro como improvisada ducha, y un blanco con cara de pocos amigos y mucho desconcierto.

No me lo podía creer. Me fui a buscar a Mr Narty y le dije que a ver qué hacíamos, que salía agua, coño, que no se podía escaquear y que este problema era de todos. Entonces cogió y se fue a la carrera -todo lo rápido que le permitían sus muletas-, dejándome con la palabra en la boca. Se largó en dirección a la carretera que conecta nuestra comunidad con el pueblo, Ada Foah.

Volví fuera. Los niños seguían jugando con el agua y me dio por cavar otro hoyo y al menos terminar de enterrar a la cabra, porque aún seguía ahí, cada vez con más moscas y desprendiendo un olor a putrefacción de los que te dan ganas de vomitar.

Cavé otro hoyo un poco más alejado -salvo que la tubería fuera en ziz-zag estaba claro que no la tocaría-, agarré el bicho de una pata y lo sepulté sin rezar oración alguna ni encomendar su alma a ningún dios conocido. Estaba un poco bastante mosqueado, no sé si me siguen. En estas apareció Elena, que venía del café de Internet del pueblo y se encontró con el cuadro. Le dio por hacer unas fotos.

Mr Narty avanzaba detrás de ella. Cuando llegó a nuestra altura, apareció con su hijo Michael, que acababa de salir del colegio, y nos hizo de intérprete.

Mr Narty, con su habitual fatalismo, dijo que no había nada que hacer. Que si quería llamar a un fontanero para que viniera inmediatamente me iba a salir por una pasta, que en la comunidad nadie sugería nada y que lo mejor era esperar al día siguiente, a ver qué pasaba. Que le había dicho el Chief que a las 21h cortaban el agua y punto. Le contestamos que no pensábamos pagar a nadie, que la responsabilidad era de él, que el otro era el que había picado, que bla, bla, bla… Total, el niño se había cansado de traducir.

Teníamos un enorme cargo de conciencia. ¿Cómo íbamos a dejar este estropicio ahí? ¿Y un chorro de agua saliendo a borbotones durante varias horas? Mr Narty dio el asunto por zanjado y se retiró a su casa, que se le enfriaba la cena. A nuestras espaldas empezaron a llegar las mujeres que, como si fuera lo más normal del mundo, se pusieron a fregar los cacharros y a hacer sus tareas al lado del chorro de agua. A nadie parecía importarle nada.

Se hizo de noche y decidimos retirarnos también nosotros. Pues bueno, si así eran las cosas, así tendríamos que dejarlas. Pasamos la noche en duermevela porque el chorro no cesó ni a las 21h ni a las 22h ni de madrugada. Toda la santa noche estuvo saliendo el agua a borbotones y nosotros levantándonos al servicio. Ya saben lo que provoca el ruido constante de agua.

A la mañana siguiente, seguía saliendo agua, estaba todo embarrado y yo temía que el charco desenterrara nuevamente la cabra. ¡Menuda pesadilla! Le volví a insistir a Mr Narty sobre el asunto. Me dijo que el fontanero ya estaba al tanto y que si no se había arreglado era porque no se podía en ese momento. O eso creo, porque volvíamos al diálogo de besugos.

Elena y yo nos fuimos a trabajar y, cuando regresamos por la tarde, estaba todo solucionado. Y lo más curioso es que no hubo ningún reproche, ninguna reclamación… como si no hubiera pasado nada, como si la cabra nunca hubiera estado ahí y como si nunca hubiéramos picado una tubería que dejó sin agua a toda la comunidad durante 24h. La vida seguía igual. Fluyendo.


28 comentarios on “La cabra de Futuenya”

  1. Rosa dice:

    Termino de leer y veo el anuncio del seguro de bankinter, y ahora tengo la duda de si no será esta historia de la tubería un publireportaje que nos haga desear tener siempre a mano un móvil y la lineadirecta en marcación rápida … Angel! no me hagas esto! 😀

    • ángel gonzalo dice:

      Yo creo que debes presentarte a presidenta de comunidad de vecinos. Me han dicho que ahí sí que hay movidas de seguros, tuberías y tal. Bs

  2. Manu Sobrino dice:

    De todos las experiencias que vienes contando desde vuestra llegada a Ghana, creo que ésta es la que mejor representa la imagen que me voy creando de vuestro día a día en Ada. Pasar del caos a la paz sin que nadie se alarme, relativizando los problemas como creo que en Europa no sabemos hacer. Si se rompe una tubería, pues ya daremos con la solución, pero mientras aprovechemos el agua que sale. Carpe diem, siempre carpe diem. Ángelillo, creo que con el tiempo convertirás la historia de la cabra y la tubería en una de tus mejores anécdotas.

  3. Cristóbal dice:

    Ángel, menos mal que no era una vaca, o un elefante. Cuidaos, un abrazo fuerte,

  4. Mammalian dice:

    Muy buena la historia de la cabra !!

    Ángel, ¿no tenías unas bridas para hacer un apaño? Te dan la «brida» en esas situaciones.

    Ya sabes lo que opino, unas buenas bridas pueden cambiar el mundo.

    ¡¡Bridas for africa, ya!!

    Un abrazo

  5. elena dice:

    no te imaginas lo q me he reído!! Eres genial contando historias!!!

    Queridos amigos/as, aunq a mi Angelillo le da un poco de vergüenza, ya tiene mote nuevo:

    “Panchito el enterrador”.

    Nunca olvidaré la estampa de ver a un blanco con la camiseta del Real Madrid, enterrando a una cabra.

    Un besazo guapo

  6. Tesa dice:

    Buenísima la anécdota, Angelito, y mejor contada.

    Ya sé que estabas cabreado, pero son de esas historias que nunca olvidarás. Y el desarrollo de los acontecimientos, así como la solución nos da una idea de cómo se toman la vida por aquí, me imagino el mismo asunto en cualquier lugar de España y la que se hubiera liado, de risas pocas, seguro. Y es que nosotros somos más dramáticos.

    Por cierto, ¿ya habéis averiguado de quien era la cabra?

    Besos para los dos.

  7. Carmen Bel dice:

    Me ha encantado la anécdota, te imaginaba en medio de todo el ¨percal¨ y me he reído mucho. 🙂 Saludos , Carmen Bel.

  8. Rafa dice:

    Angelito, confiesa, no habías cogido un pico en tu vida.. y ya me imagino tu cara mientras picabas, dando más pena que Marco, Amedio y la madre juntos.

    Ahí me hubiese gustado ver a los austriacos de Francia… Les habrías hecho cavar la tumba, añadir una tubería para poner aire acondicionado y pagarle un helado a todos los enanos que estaban alrededor.

    Tengo que aprender la técnica de los cabreros de Ghana. A morirse a la ventana del forastero… y si no, pues ya la acerco yo un poco… Milagro!!!

    • ángel gonzalo dice:

      Lo cierto es que entre tú y yo sumaremos cuatro o cinco veces lo del pico en mano. Ahí vamos, resistiendo. Para un rollo como el de los austríacos te necesito estudiando Geología. Ufff esto es otro mundo, pero anécdotas como esta, cuando pasan, te mola recordarlas. Un abrazo fuerte. Os echamos de menos terriblemente.

  9. Safira dice:

    Qué historia tan buena Ángel. Qué reflejo de la vida en Ada tan bien contado. Confieso que me he partido de risa. Perpleja. A decir verdad aún me rio imaginándote. Y de regalo me llevo un cacho de leccion. Gracias por todo esto que compartes. Un abrazo, Safira

  10. anasinmas dice:

    Ay,mis chicos,seguro que hubo momentos bien desesperantes pero yo,d esde un ruidoso vagon de la linea 5 de metro y riendome sola, te doy las gracias Ángel por la cronica

  11. Alicia dice:

    Perooo que ojo tiene el abuelo!! mira que hay tierra en Ghana y justo donde la tubería! jeje, fijate como seria que estaba leyendo y en primer momento cuando comentas que empieza a salir agua a borbotones pensaba que habías encontrado agua!!
    Me alegro mucho de tener noticias vuestras y que las cosas funcionen bien!
    Un besooo Family!

    • angel dice:

      Ya lo conoces… donde pone la muleta… pone la pala. Ali, tía, están poniendo tendido eléctrico en Futuenya!!!!

      Un beso fuerte y gracias por acordarte de nosotros.

  12. Pela dice:

    Joder, Angelillo… lo que me he podido reir. Y sé lo mal que lo pasarías. Me he imaginado exactamente tu cara y tus gestos… Y con la camiseta del Real Madrid. No te preocupes, que llevo para allá bridas, celo y varios metros de velcro… ¡Ja, ja, ja!


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